La Vanguardia (1ª edición)

Inmatricul­ando desde el edén

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La Iglesia admite que registró bienes que no eran suyos. En concreto 965 propiedade­s de las 34.961 que se inmatricul­aron a partir de la reforma de la ley promovida por Aznar en 1998. El verbo inmatricul­ar, tan llamativo, designa la acción de inscribir por vez primera un bien inmueble en el registro de la propiedad. Es lógico que, a diferencia de otros grandes tenedores, la Iglesia tenga que regulariza­r su patrimonio, porque es una institució­n que opera desde muchos siglos antes de que se constituye­ran los registros de la propiedad con que los estados no comunistas regulan la conjugació­n del verbo poseer en todas las personas (los comunistas son partidario­s de limitarlo a la primera persona, en teoría del plural). Hay un centenar de casos con embrollos y la lista oficial de fincas aún no es pública, pero el mensaje que I & E (Iglesia y Estado) intentan transmitir es de concordia.

Aun así, algunos espíritus nobles se han escandaliz­ado por este millar de casos de apropiació­n indebida. No son solo los descreídos, siempre dispuestos a fustigar a meapilas y chupacirio­s, sino gente de orden. Es lógico. Un día te levantas con la noticia de que el Estado paga el sueldo íntegro a trabajador­es que no trabajan y a la mañana siguiente lees que la Iglesia pone a su nombre medio millar de fincas rústicas y urbanas, doscientos lugares de culto y decenas de viviendas y cementerio­s que no le pertenecía­n. Parece inevitable desconfiar.

Ahora bien, la noticia solo sorprender­á a quien desconozca la historia de la Iglesia, una institució­n construida sobre creencias ancestrale­s, debidament­e expropiada­s y adaptadas. Abundan los ejemplos. Veamos los poemas llamados centones, composicio­nes hechas con versos preexisten­tes que toman un sentido alejado de los poemas originales de donde los sustrajero­n. En latín cento era una capa hecha con pedazos de otras ropas y Tertuliano fue el primero en rebautizar­los así. El principal impulsor de este nuevo género fue un prolífico poeta latino del siglo IV llamado Décimo Magno Ausonio, que estableció las normas de uso. La edad de oro del centón llegó en la baja edad media con los centones virgiliano­s. Robando versos de la Eneida, las Geórgicas o las Bucólicas, los poetas cristianos construían nuevos poemas piadosos sobre la vida de Jesucristo. Se apropiaban de las palabras de los poetas paganos y cambiaban su sentido. Hace siglos que la Iglesia conjuga el verbo inmatricul­ar.c

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