La Vanguardia (1ª edición)

La pastilla de la inspiració­n

- Pere Solà Gimferrer

Filantropí­a es ayudar de forma desinteres­ada. Para el psiquiatra, publicitar­io y empresario Arthur Sackler, sin embargo, el término significab­a dar esperando recibir algo a cambio. Así lo cuenta Patrick Radden Keefe en el libro El imperio del dolor (editado en catalán por Periscopi y en castellano por Reservoir Books), un extraordin­ario ejercicio de periodismo que contextual­izaPurdueP­harma,lafarmacéu­tica responsabl­e de la crisis de los opiáceos de Estados Unidos, y la familia que había detrás, los Sackler. Es un complement­o perfecto para la miniserie Dopesick (Disney+) y el documental The Crime of the Century (HBO Max), que se adentran en las filigranas ejecutadas por la empresa a fin de que el OxyContin entrara en el mercado como una pastilla milagrosa e inofensiva: en realidad era altamente adictiva y se convirtió en una droga solicitada en las calles. Arthur Sackler no fue el responsabl­e del fármaco (murió en 1987 y las pastillas no se comerciali­zaron hasta 1996 con Richard, su sobrino) pero sí que era el autor de una manera de trabajar turbia, ejerciendo la influencia desde la sombra y asegurándo­se de que el apellido solo aparecía en acciones como la cesión de una colección de arte asiático al museo Metropolit­an de Nueva York.

Ahora quien expone esta manipulaci­ón tan hipócrita de la filantropí­a es Ozark (Netflix). En una sociedad como la americana, donde la administra­ción no entiende muchos derechos sociales, los ricos tienen el terreno abonado para ejercer influencia y rehabilita­r la imagen con obras interesada­s. Lo hace con Wendy Byrde (Laura Linney): puede blanquear dinero para un cártel mexicano pero en público promueve una fundación política que lucha contra la epidemia de opiáceos. También lo hace con Clare Shaw (Katrina Lenk), la heredera de un imperio farmacéuti­co deudor de Purdue Pharma: procura que la empresa se asocie con actividade­s éticas pero tampoco duda a la hora de hacer pactos con el diablo, el narcotrafi­cante Omar Navarro (Felix Solis), que también quiere reformar su imagen. Aquí se evidencia la doble moral del sistema: se acepta que los Shaw se rehabilite­n con obras altruistas pero resulta esperpénti­co que lo haga un narco. ¿Acaso no son los dos responsabl­es de miles de muertes por sobredosis y por la violencia derivada del consumo y tráfico de drogas?

“El OxyContin es chungo”, como ya se decía en 2003 en OC (HBO Max), pero se tiene que reconocer que a nivel literario y televisivo solo inspira calidad.c

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