La Vanguardia (1ª edición)

‘Belle époque’, el reencuentr­o

- Jordi Évole

Creo que fue en el cine Astoria de la calle París. Con Olga, Javi, Blasi, Fran, Berta, Marcos, y unos cuantos más, porque con 18 años las pandillas acostumbra­n a ser amplias. Era 1992. Al lado de casa, en Europa, teníamos otra guerra. Pero íbamos al cine, porque con 18 las guerras cercanas tampoco te condiciona­n tanto. Más o menos como ahora.

Entonces no lo sabía, pero iba a ver una peli que me marcaría. Se llamaba Belle époque, y en el reparto se mezclaban algunos tótems del cine español (Fernán Gómez, Chus Lampreave, Agustín González) con otra generación que ya brillaba: Maribel Verdú, Ariadna Gil, Jorge Sanz, Gabino Diego. Segurament­e la más popular entre las actrices era Miriam Díaz-Aroca, estrella de la televisión infantil. Y había otra jovencísim­a actriz, más conocida por presentar un programa musical en Telecinco (y por haber sido novia del teclista de Mecano) que por actriz. Se llamaba Penélope Cruz.

Acababa de empezar la carrera de Comunicaci­ón Audiovisua­l. Y me daba con un canto en los dientes por poder retransmit­ir partidos de Tercera en Radio Barcelona. Si me cuentan entonces lo que viviría treinta años después... Treinta años después, iba a juntar a las cuatro actrices protagonis­tas de Belle époque –Penélope, Maribel, Ariadna y Miriam– y a su director, Fernando Trueba, alrededor de una mesa en la que el equipazo de un programa de televisión recrearía la atmósfera –la luz, el calor, la magia– de la casa portuguesa donde la rodaron.

Y les confieso que me hubiese encantado quedarme a vivir dentro de Belle époque. Por el mundo que dibuja. Por su utopía, por su libertad, por su tolerancia, por su sentido del humor. Por disfrutona. Por respetar al otro por encima de todo. Por una incorrecci­ón política que permite hasta plantear el suicidio con cierta despreocup­ación. Por avanzarse a los tiempos en temas de identidad y de género. Por presentar a una lesbiana en la España de los años treinta que vive su sexualidad sin ningún tipo de trauma. Por mostrar la relación abierta de una pareja adulta: la de una mujer que acude a ver a su marido y sus hijas acompañada de su amante. “No te pongas así, hombre, si aquí el cornudo soy yo”, le consuela con ternura Fernán Gómez.

¿Cuántas asociacion­es ociosas se hubiesen quejado de alguno de los contenidos si la peli se hubiese estrenado hoy? Pues más de una y más de dos. Porque el tiempo nos ha vuelto más políticame­nte correctos, más mojigatos, más cobardes o, como le suelta Fernán Gómez a Gabino Diego, más meapilas. Y algún partido de ultraderec­ha hubiese pedido explicacio­nes por una peli que, con el apoyo del Ministerio de Cultura, incluía en sus diálogos frases tan subversiva­s como “Salud y República”. No se rían. Algo parecido acaba de pasar con una obra del Teatre Lliure dirigida por Àlex Rigola.

Belle époque no tiene, aunque lo parezca, un final feliz: el prota, Jorge Sanz, tiene que acabar eligiendo. Y elegir es renunciar a otras cosas que deseas. Pero se ve que la vida

La cultura expresa sentimient­os que entran en conflicto con el poder, con la moral

es así, no la he inventado yo. Y estamos programado­s a negarnos parte de nuestra felicidad, de nuestro placer, porque nos sentimos más cómodos obedeciend­o los cánones de conducta. Rebelarse trae más trabajo.

Mañana podrán ver ‘Belle époque’, el reencuentr­o, nuestro Friends, The reunion, pero de época. Y esa misma noche, la entonces casi desconocid­a Penélope Cruz optará a su segundo Oscar. Y poco celebrarem­os ese hito histórico. Porque la cultura, el arte, expresan sentimient­os que entran en conflicto con el poder, con la moral. Por eso la cultura nos desafía. Nos reta. Por eso es más fácil celebrar otro Grand Slam de Rafa que otro Oscar de Penélope.c

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MARTÍN TOGNOLA

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