La Vanguardia (1ª edición)

XAVIER MAS E XAX S El Donbass, un lugar fuera del tiempo y de la ley

La región que decidirá la guerra en Ucrania está dominada por los oligarcas y la nostalgia estalinist­a

- Enviado especial

Los estantes, los libros y los cristales rotos de una biblioteca abandonada en Kramatorsk han logrado detener el tiempo. El último calendario que cuelga detrás de la mesa de préstamos es del 2020. El techo se hunde, el suelo se levanta y las ventanas saltaron por los aires nadie sabe precisar cuándo, segurament­e en el 2014, durante la penúltima guerra, cuando los separatist­as rusos ocuparon la ciudad durante unos meses.

La biblioteca, situada entre dos cuarteles, pertenece a una de las once fábricas de metalurgia y maquinaria pesada que abrazan el núcleo urbano, expansión del pequeño asentamien­to que se creó junto a la estación de tren en la segunda mitad del siglo XIX. Unas 180.000 personas viven en Kramatorsk, la ciudad de los cuatro amaneceres, uno natural y tres artificial­es, provocados por los restos incandesce­ntes de la producción de hierro y acero que se acumulan de madrugada en túmulos gigantesco­s junto a las plantas industrial­es.

La estepa póntica, las praderas como mares interiores y los bosques de abetos centenario­s coexisten con un cinturón de óxido, que enriquece a los oligarcas pero mantiene a la población bajo el umbral de la clase media.

Kramatorsk, como toda la cuenca del Donbass, está en pie de guerra. Los proyectile­s de la artillería rusa, que el 3 de abril mataron en la estación a una cincuenten­a de personas, sobre todo mujeres y niños, caen esta semana sobre los barrios residencia­les. Los habitantes que viven del fuego que producen los altos hornos mueren ahora del que cae del cielo.

Katerina Serdiuk vive junto a la biblioteca abandonada y cuando le pregunto por qué no salva los libros cree que le planteo una excentrici­dad. “Estamos en guerra”, responde encogiéndo­se de hombros, ajena a todo esfuerzo que no sea resistir y vencer en el campo de batalla.

La guerra la obliga a un esfuerzo sobrevenid­o y titánico, pero, al mismo tiempo, natural. Busca comida, la almacena y la distribuye por los pueblos que aún escontraof­ensiva tán más expuestos al fuego artillero. No importa lo que consiga llevar al frente en la furgoneta de su marido porque siempre será escaso.

Katerina es nieta del estajanovi­smo, el movimiento obrero que nació en las minas del Donbass durante la Unión Soviética. Consistía en trabajar a destajo y de forma voluntaria para completar en cuatro años los planes quinquenal­es de Stalin.

Los estajanovi­stas eran supertraba­jadores a los que el estalinism­o había dado un sentido a sus vidas. El terror rojo, el exterminio de millones de compatriot­as ucranianos en los años treinta, los millones de muertos que provocó la Segunda Guerra Mundial en estas tierras que cambiaron de manos varias veces, endureció y simplificó de manera extraordin­aria la voluntad de los supervivie­ntes.

El Donbass, como explica el historiado­r Hiroaki Kuromiya, combina el terror con la libertad. “En el siglo XX –escribe- era una tierra de frontera sin gobierno donde las ambiciones personales por la libertad, la explotació­n salvaje de la tierra y la violencia cotidiana competían entre si”.

Los mineros del Donbass fueron a la huelga en 1989, cansados no del esfuerzo, sino de las promesas incumplida­s. Tres años antes, el accidente de la planta nuclear de Chernóbil, en el norte del país, había abierto una brecha en la muralla ideológica soviética que los viejos estajanovi­stas del Donbass agrandaron.

La URSS empezó a desmoronar­se en Ucrania y ahora Katerina espera que Rusia corra la misma suerte en este mismo lugar.

Los avances del ejército ruso no la inquietan. Está convencida de que a mediados de junio, como mucho, Ucrania lanzará la definitiva. “Ahora hemos de aguantar como podamos. Cuando tengamos las armas que Estados Unidos nos ha prometido pasaremos al ataque, como hicimos en el 2014”.

El colapso de la URSS extendió la anarquía. Las fábricas cerraron y las mafias se adueñaron de los sistemas de producción. El Donbass volvió a ser una estepa indomable, tierra de oportunida­des para los criminales y los buscadores de oro.

Surgieron los oligarcas, protegidos por gángsters y bandas paramilita­res. Entre ellos Rinat Ajmétov, el más poderoso, dueño de acerías como la de Azovstal en Mariúpol, y Víktor Yanúkovich, gobernador del Donetsk, primer ministro y presidente de Ucrania con el respaldo de Vladímir Putin y la ayuda del mismo estratega electoral de Donald Trump.

No acabó bien. Yanúkovich no fue capaz de sostener la cleptocrac­ia de Ajmétov y compañía con el apaño de las elecciones y la manipulaci­ón de los contratos públicos. El pueblo se levantó contra él en el 2004, la llamada revolución naranja, y en el 2014, la protesta de Maidán. El presidente, último representa­nte de la oligarquía ucraniana afín al Kremlin, huyó a Rusia y sus sucesores lo reclaman desde entonces por alta traición.

Durante treinta años Ucrania ha funcionado con las leyes no escritas del Donbass. La principal es que todas las demás se pueden violar. Lo explica la literatura de Serhí Zhadán y el cine de Serhí Loznitsa. Lo existencia­l adquiere forma física: las minas, el fútbol, el alcohol, el sexo y la violencia. El paisaje se llena de perdedores, orgullosos de sus cicatrices, de los tatuajes que combinan libertad y terror.

La frontera entre la anarquía y la autocracia es invisible. Cada uno puede hacer lo que quiera siempre que sea honesto. La corrupción es inevitable. Todo el mundo tiene un precio y todo se puede vender, pero al mismo tiempo se ha de hacer con honor. Allí donde no hay sistema, donde las institucio­nes del estado son irrelevant­es, la única manera de funcionar, de crear confianza, es mediante el culto al poder y el respeto entre amigos y familiares. Stalin preside muchos despachos oficiales en el Donetsk ocupado, y el honor, como en toda sociedad mafiosa, reemplaza a la moral burguesa.c

El Donbass combina el terror con la libertad. “Era una tierra de frontera sin gobierno”

La frontera entre la anarquía y la autocracia es invisible. Cada uno puede hacer lo que quiera

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Agenci sgS Dc AgAÀS Vecinos de la localidad de Limán, en primera línea de fuego

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