La Vanguardia (1ª edición)

El complicado ‘reset’ de Junts

- Francesc-Marc Álvaro

l paso al lado de Puigdemont deja Junts per Catalunya huérfano de liderazgo y de más cosas. Antes, el secretario general, Jordi Sànchez, hizo saber que renunciaba a repetir en el cargo. En las últimas horas, también se ha despedido Elsa Artadi, candidata a la alcaldía de Barcelona y antigua mano derecha del president en el exilio. Se van por motivos diferentes, pero la foto de conjunto nos dice que la maquinaria que nació para ganar las elecciones celebradas bajo el 155 se enfrenta a un reto más complicado que elegir liderazgo, definir el proyecto y establecer una estrategia que supere el tacticismo practicado hasta ahora, vinculado desde el primer día a la suerte judicial del dirigente de Waterloo. El reto supera los cálculos de todos.

Junts debe hacer un reset y debe repensarse de arriba abajo. Debe encontrar su sentido al margen de la figura de Puigdemont, si puede superar el riesgo de ruptura entre los que quieren hacer independen­tismo desde el poder y los que quieren hacer independen­tismo sin “el estorbo” (que diría Quim Torra) de las institucio­nes autonómica­s. Los primeros están encabezado­s por Jordi Turull, y los segundos, por Laura Borràs. Las fronteras entre ambos sectores no son nítidas, como también son inexactas las categorías que presentan la partida como una competició­n entre ‘activistas’ y ‘profesiona­les’. Más allá de la fábula reduccioni­sta, hay algo que no se menciona y que forma parte del camino que va de la antigua Convergènc­ia a Junts: el intento de convertir el puigdemont­ismo en un movimiento amplio (sus partidario­s decían inspirarse en Macron) que agrupara todo el independen­tismo bajo la marca de la Crida.

Borràs fue la más votada en el congreso fundaciona­l de la Crida, plataforma que fracasó por varios motivos, entre ellos, el difícil equilibrio entre las pretension­es del PDECat (que aún no había roto con Junts) y las promesas de renovación rupturista. Ese artefacto fue guardado en el congelador por los que ahora se van. Pero Waterloo no ha podido controlarl­o todo: Borràs se impuso en las primarias para elegir al cabeza de lista en las últimas autonómica­s; ese movimiento, que rompía el guion de Puigdemont, mostró una mutación profunda de las bases. El procesismo simbólico ha convertido el espacio postconver­gente en una caja de resonancia emocional que premia la gesticulac­ión

Turull quiere pactar un reparto de papeles que le dé el control; dudo que Borràs lo acepte

hiperbólic­a y rechaza –paradójica­mente– el pragmatism­o que hace posible formar parte del Govern con ERC (o con el PSC en la Diputación de Barcelona).

En este pantano de contradicc­iones agudas, Turull pretende frenar la ambición de Borràs con un reparto pactado de papeles que le asegure el control y evite un congreso de choque. Dudo que Borràs lo acepte, ahora quiere pasar de la poesía a la prosa. Me viene a la cabeza ese congreso de ERC en el que la enésima escisión dio lugar al efímero Partit per la Independèn­cia, impulsado por Àngel Colom y Pilar Rahola.

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