La Vanguardia (1ª edición)

Hablar de toros y Eurovisión es meterse en un jardín de chumberas

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cuando Chanel cante SloMo. Chanel es intérprete e interpreta y lo hace de maravilla. El debate no es ella, es lo que pretenden que represente.

Hablar de toros y Eurovisión es meterse en un jardín de chumberas, pero, por supuesto, existe un problema endémico con las tradicione­s. Se ha pasado de querer enseñar las tetas a Europa en una sorprenden­te revolución eurovisiva a volver a los toros con las trompetas de pasodoble al comienzo de una canción hábil de laboratori­o.

Cuesta progresar en España. Se retorna al flamenco, la siesta y los toros. Muchos se indignan. Son los mismos que corren a aplaudir cuando alguien dibuja a Puigdemont o a Junqueras con trajes de luces para recordarle­s cuál es su patria. Otros también se indignan. Son los taurinos que criticaron un hilarante gag de los Monty Python sobre un cazador en África que mataba todos los animales que se le ponían por delante, mosquitos y toros incluidos, con machetes, rifles y un bazuka y decía: “Me gustan los animales, por eso los mato”. Todo es criticable.

El mérito de Ferdinand en el texto de 1936 es que le gustaban las flores y no se sentía ni un toro bravo, ni una bestia de pelea. Eso era una idea rompedora.

El vestido de Chanel no es un debate sobre toros, sí, toros, no. Es si en el siglo XXI la representa­ción de un país en un festival musical tiene que ser un tópico del siglo XX.c

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