Potenciar las exposiciones
El Saló del Còmic tiene un amplio margen de mejora en su vertiente cultural
La 40.ª edición del Saló Internacional del Còmic de Barcelona, que se ha celebrado del 6 al 8 de mayo, ha significado un feliz regreso a las presencias reales: libros y tebeos muy diversos (desde el espléndido y último número de La Cruda, coeditado con La Cúpula, hasta un facsímil alucinante del gran olvidado G. Iranzo), más los dibujos originales expuestos y los encuentros con dibujantes como Tardi, Peter Bagge y Nora Krug (ilustradora del recomendable Sobre la tiranía. Veinte lecciones del siglo XX, editado por Salamandra y con textos del historiador Timothy Snyder). Y se han celebrado mesas redondas necesarias, como la dedicada a reclamar la visibilidad y preservación del fondo de la editorial Bruguera, compuesto por muchos dibujos originales que han permanecido escondidos en sucesivos almacenes desde hace decenios.
Este Saló numero 40 –dirigido por Meritxell Puig– ha tenido algunos aciertos notables. El primero fue la ágil decisión de dedicar una exposición a Miguel Gallardo (1955-2022). Su comisaria, Roser Messa, tuvo que trabajar a contrarreloj para componer una muestra disfrutable de más de setenta dibujos originales –algunos inéditos–, publicaciones, fotos y objetos como la mesa de dibujo de Gallardo, que es como una obra de arte ready made, llena de cicatrices de trazos. Este necesario homenaje, sin embargo, no debería excluir que próximamente se celebre una exposición más completa y antológica de su obra, al menos en museos o centros de arte de Barcelona y de Lleida, sus dos ciudades.
Y el segundo acierto principal de esta edición ha sido otorgar el Gran Premio que reconoce la trayectoria de un autor a Daniel Torres, quien lo merecía desde hace muchos años. Espero que en próximo Saló el público pueda admirar una buena selección de dibujos del autor de Las aventuras siderales de Roco Vargas. Los originales de esta serie, que inicialmente se publicó por entregas en el mensual Cairo, son de un virtuosismo excepcional. Esta vez el jurado del Saló no se ha despistado como el del año pasado, que otorgó el Gran Premio a Antonio Martín, quien sin duda merecía un premio como divulgador del cómic, pero no el galardón reservado exclusivamente a los mejores dibujantes y guionistas.
Respecto a las ediciones anteriores,
Su ciudad natal la principal diferencia que he podido detectar este año ha sido un ostensible aumento del público femenino joven, y además ya no solo interesado por los manga –las historietas japonesas tienen su propio Saló barcelonés–, sino también dispuesto a descubrir distintos registros del cómic o historieta, un arte que últimamente se confunde a menudo con la novela gráfica, que es tan solo una forma de este medio de expresión, el cual tiene además otras formas más breves y otros registros no novelescos, sino humorísticos, poéticos y de otra índole. Esta mayor participación femenina se da también en la creación, y es significativo que exista, desde el 2018, una interesante publicación feminista con sede en Barcelona, llamada Femiñetas.
Otro ámbito en auge es el de la historieta infantil y el libro ilustrado para todos los públicos, con catálogos exquisitos como el de Bárbara Fiore y personajes como El pequeño robot de madera y la princesa tronco,
de Tom Gauld (Penguin Random House), Fox + Chick ,de Sergio Ruzzier (Liana Editorial) o Súper Patata, de Artur Laperla (Mamut), entre otros.
Lo que le falta al Saló es potenciar su vertiente cultural y artística, y especialmente recuperar la ambición y la generosidad en el ámbito de las exposiciones. Bastaría con enlazar con el espíritu moderno que predominó en la etapa dirigida por Joan Navarro (1988-1994) y actualizarlo. En 1989, por ejemplo, la colaboración de la Generalitat permitió realizar una gran exposición antológica en el Centre d’Art Santa Mònica, con más de 430 originales de treinta dibujantes de la generación de El Víbora, Cairo y Madriz: La nova historieta. Fue un éxito que el Saló, extrañamente, nunca ha intentado repetir.c