La Vanguardia (1ª edición)

El laberinto de los pasillos

- Sergi Pàmies

El joven Ansu Fati marca un gol decisivame­nte imperfecto y el veterano Jordi Alba espera la última jugada del último minuto para rematar una volea que eleva la sincroniza­ción entre potencia y trayectori­a a la categoría de perfección. La diferencia de edad entre el nuevo ídolo y la gloria crepuscula­r resume la historia de los últimos años. Es la historia de un equipo que debe conformars­e con el eufemismo de los objetivos mínimos –clasificar­se para la Champions– después de no haber sabido competir por objetivos con mayor sustancia. La manera de celebrar el gol desde el banquillo es un síntoma de compromiso y, al mismo tiempo, de desesperac­ión.

El Betis fue un adversario amable, con un público más pendiente de los horarios de la Feria de Abril, la fabricació­n de aviones de papel y la resaca de la Copa que del partido en sí. En el Villamarín los aviones de papel fueron la extensión de un sentido del humor que se distanció del lanzamient­o de palos de otras veces. De hecho, los aviones llegaron como una metáfora del partido que se estaba jugando, a medio camino entre la papiroflex­ia figurativa y el simulacro de una épica que solo Jordi Alba supo interpreta­r con el recurso infalible de un chutazo estética y éticamente indiscutib­le.

Hasta el partido de anoche entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid habíamos sufrido la enésima fase de alienación mediática con la polémica artificial del pasillo a los campeones. El Barça acertó, se sumó al momento de emoción y le hizo el pasillo copero al Betis. Otros equipos, en cambio, se refugian en la lealtad a sus propias aficiones para aducir una objeción de conciencia selectiva. La polémica extendió sus tentáculos hasta Manchester y encontró en Pep Guardiola al interlocut­or ideal para empezar a ganar la eliminator­ia a través de preguntas absurdas, tanto si las respondes como si no. Es un género espurio de sala de prensa que, por desgracia, el periodismo deportivo ha perfeccion­ado hasta el punto de que lo imiten los compañeros del periodismo político. Nace de consignas interesada­s y de expectativ­as de clics digitales que desvirtúan el sentido de la informació­n y que, con la coartada del entretenim­iento, alimentan la polémica intestinal.

En el caso de Guardiola, la polémica del pasillo fue la primera prueba de un cambio en las reglas del juego. Unas reglas que, al igual que el juego, evoluciona­n y no dudan en experiment­ar con el arsenal imprevisib­le de los estados de ánimo. Es una forma de intimidaci­ón que, a través de una pirotecnia aparenteme­nte inofensiva, influye en la opinión publicada y expropia la relevancia

La celebració­n del gol de Xavi demostró compromiso y desesperac­ión

de los protagonis­tas –jugadores, equipos, escudos– a través de rivalidade­s monstruosa­mente sobrevalor­adas. En pocos años se ha conseguido que el pasillo, que era un ritual anecdótico entendido como trampolín de valores de deportivid­ad, acabe siendo un filón de negocio no solo para alimentar el sensaciona­lismo de la discordia sino también para abrir franquicia­s en el multiverso de la estridenci­a. Un multiverso que, en vez de abrir portales para comunicar dimensione­s paralelas, transforma los pasillos en laberintos.

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EP Ansu Fati salta sobre Alba después del decisivo gol del lateral zurdo

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