Guterres llama a evitar las “amenazas” a Moldavia desde Transnistria
La ONU responde al amago ruso de llevar el frente hasta el territorio secesionista
El tiempo pasa tan despacio en Transnistria que, treinta años después, sigue donde estaba. En el limbo. Más aún si es día festivo – día de la Victoria– e incluso el tradicional desfile militar ha sido suspendido por motivos de seguridad. Ese mismo día, ayer, había sido elegido –y no de forma deliberada, según él mismo dijo– por el secretario general de la ONU, António Guterres, para visitar la Republica de Moldavia, de la que Transnistria se separó en 1992.
El largo letargo transnistrio se ha visto sacudido por la invasión rusa de Ucrania y, definitivamente, con los atentados de hace dos semanas en su capital, Tiraspol. La víspera, un oficial ruso había anunciado el plan de llevar el frente hasta Transnistria, algo que muchos lugareños saludarían con alivio, pues rompería su relativo aislamiento, pero que otros temen que pueda convertirlos en campo de batalla.
En este sentido, António Guterres señaló ayer en la capital moldava, Chisinau, junto a la primera ministra Natalia Gavriliţa, que
“espero que los actores a ambas orillas del río –Dniéster– se muestren responsables y eviten toda amenaza a la República de Moldavia”, país que “está en primera línea de la paz y la estabilidad en el mundo, con la guerra tan cerca y las divisiones que conoce”.
Al otro lado del Dniéster, quien piense que Transnistria, que se independizó por la vía armada, es un país difícil de intimidar se equivoca. En uno de los escasos cafés alejados de la arteria central
–la de la estatua de Lenin y el Memorial con su llama eterna y su tanque de la II Guerra Mundial– el propietario muestra en su móvil imágenes captadas por una cámara de seguridad. Corresponden al momento en que dos individuos – que huyeron en coche y no han sido capturados– descerrajaban un lanzagranadas contra el edificio de la antigua KGB, provocando destrozos notables, aunque sin víctimas de consideración. También fue alcanzada una emisora de propaganda rusa. Los transnistrios ven detrás una mano ucraniana, mientras que los rivales de Rusia insisten en ver atentados de falsa bandera.
Aunque Transnistria sea un roto en la legalidad internacional, sus habitantes se tienen por gente de paz y están conmocionados. Nikolai, pese a ser profesor de meditación, reconoce que le produjo “un ataque de ansiedad que duró una semana”. “Si la guerra llegará hasta aquí, solo Putin lo sabe”, dice el dueño del café. “Si nos alcanza, me voy con las criptomonedas a otra parte”, asegura Nikolai, de 28 años. No le será difícil. Mientras medio mundo se apiada de la gente de un país que no se halla en los mapas, los transnistrios exhiben sin pudor, no uno ni dos, sino un mínimo de tres pasaportes y a veces hasta cuatro o cinco. En el caso de Nikolai, el local –inútil excepto en Osetia del Sur o Abjasia– el ruso y el moldavo. Otros tienen el ucraniano e incluso el rumano.
No son los únicos que juegan con las cartas trucadas. Del mismo modo que Rusia ha inundado de pasaportes el Donbass ucraniano, Rumanía ha repartido el suyo a media Moldavia, que a su vez, ha prodigado el suyo en Transnistria, por ascendencia y porque quedan algunos pueblos de lengua rumana, que allí se sigue escribiendo en