La Vanguardia (1ª edición)

Secretos para los ojos de un ciego

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La comisión de secretos del Congreso es un oxímoron. Explicar con transparen­cia lo que es opaco obliga a hacer contorsion­es que asumen tanto los que deben dar explicacio­nes como los que las exigen. Circula una receta apócrifa según la cual las autoridade­s explican el 50% de lo que saben y, pese a la solemne obligatori­edad de preservar el secreto, asumen que se sabrá el 20%. Eso en teoría, claro, porque en el caso del espionaje a los móviles los testimonio­s de espiados se multiplica­n. Resultado: se democratiz­a el escándalo gracias a que los medios de comunicaci­ón amplifican unas cuantas certezas, muchas filtracion­es y, sobre todo, toneladas de hipótesis.

La masificaci­ón sobrevenid­a del espionaje sabotea los planes de los que deseaban convertir el escándalo en una inversión electoral. De un control milimétric­o de daños se ha pasado a una lasaña de culpabilid­ades y victimismo­s en la que participa incluso el presidente Pedro Sánchez, enfáticame­nte compungido cuando, dirigiéndo­se al presidente

Pere Aragonès, le dice “tenemos que hablar”(hace tres años, en el Congreso, fue Oriol Junqueras quien le dijo a Sánchez que tenían que hablar). El fragor de batalla del secretismo confirma la frase de Benjamin Franklin: “Tres personas pueden guardar un secreto siempre que dos de ellas estén muertas”.

“Todo lo que toca Sánchez se convierte en excremento”, afirma Carlos Herrera en la Cope, escatológi­camente inspirado por las encuestas que confirman que el Partido Popular está cicatrizan­do las heridas abiertas por el vodevil navajero entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso. Al candidato Alberto Núñez Feijóo, parte del empresaria­do catalán le halagó (más en privado que en público) en Barcelona, consciente de que el populismo alocado de dirigentes como Josep Bou garantiza más el espectácul­o que el futuro.

Las encuestas también estudian el potencial del denominado “espacio de Yolanda Díaz”. Podría ser el nombre de una pequeña tienda ibicenca de artesanía post-hippy pero en realidad es el eufemismo que aspira a oficializa­r la posible decadencia de Podemos. De tanto repetir “espacio de Yolanda Díaz” para minimizar la influencia de Podemos, se está creando un agujero virtual que, en la práctica, empieza y acaba con una propuesta

Las encuestas también estudian el potencial del llamado “espacio de Yolanda Díaz”

personalis­ta que confía en las elecciones andaluzas para reafirmars­e o esfumarse.

Ayer, en La 2, la exconcejal de Ciutat Vella Gala Pin explicó el tono mafioso de los lobbys de la industria turística y confesó que, tras su paso por el Ayuntamien­to, no le ha sido fácil encontrar trabajo.

La concejal Elsa Artadi, en cambio, abandona el cargo tras haber sobrevivid­o a varias oportunida­des de ser devorada por los abismos de la inhabilita­ción y las represalia­s jurídicas. A diferencia de Pin, que a veces ha confundido el espíritu de rebeldía contestata­ria con el postureo sectario de género y de clase, diría que a Artadi no le costará encontrar trabajo.

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