La Vanguardia (1ª edición)

La paradoja de ‘Alcarràs’

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Mi padre nació en Sant Guim de Freixenet en 1917. Como no era el hereu tuvo que buscarse la vida. A los doce años le enviaron a Barcelona, con unos tíos, y antes de los catorce ya trabajaba en una panadería. Tras perder la guerra curró de todo hasta que, a finales de los cuarenta, se casó con la hija de un funcionari­o de aduanas que llevaba una doble vida, tuvo dos hijas y enviudó cuando iban a tener otro hijo. Sobrepasad­o por la situación, dejó a las niñas con la familia en el campo, y se concentró en buscar una nueva esposa. La halló en Vilanova i la Geltrú, se casó con ella en Sitges en 1960 y se pusieron a vivir en Nou Barris, en un piso de cincuenta metros cuadrados con mujer, suegra e hijas. Allí nací yo, el sexto a bordo.

A mi padre Alcarràs no le hubiera gustado. Tal vez hubiera ido a verla al cine Virrey con sus amigos ponentinos de los puestos de fruta del mercado de la Mercè, que eran de los pocos vecinos catalanoha­blantes y comerciali­zaban los melocotone­s de las explotacio­nes familiares. Pero estoy convencido de que la reacción del payés protagonis­ta le hubiera reforzado en su destino migrante. Carla Simón ha hecho un retrato magnífico de la ruda tozudez de la payesía maltratada, pero su peli provoca una paradoja: insufla autoestima en la cultura catalana mostrando nuestra endémica falta de ella. Proyecta de modo potente nuestra impotencia colosal como pueblo.

Más allá de los oropeles berlineses, uno de los efectos secundario­s de la peli es que ha reconverti­do muchos auditorios del país en salas de proyección. En pocos días he dado charlas en dos (el Edison de Granollers y el Centru de Argentona) donde hacía muy poco que habían proyectado Alcarràs. He leído que en muchos pueblos, sobre todo en Lleida, han reabierto salas gracias a la peli. Me parece magnífico, pero a mi padre y a mí nos gustaría mucho más aún que se reabriesen los cines Astor, Dante, Horta, Maragall, Montserrat, Río, Rívoli, Venecia, Victoria o Virrey, por citar solo los cines que teníamos más cerca de casa, para proyectar alguna historia tan bien explicada como la de Simón, pero protagoniz­ada por la gente campesina que se tuvo que buscar la vida en la ciudad, en una selva agreste de cemento donde muchos de ellos blandían el prefijo pluri- y el verbo servir. Inmigrante­s interiores que han mantenido la lengua y la cultura. En Nou Barris, Sants, Gràcia, Horta, l’Hospitalet o Sant Andreu.c

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