La Vanguardia (1ª edición)

El Ulster y la puerta de atrás

- Francesc-Marc Álvaro

Lo que el IRA no logró con bombas y tiros tal vez vendrá como rebote del Brexit, el cambio demográfic­o y la necesidad de políticas que aseguren una vida mejor a la gente. Mientras Emmanuel Macron propone una Comunidad Política Europea que amplíe las fronteras y competenci­as de la actual UE, el europeísmo de los hechos se ha puesto del lado del Sinn Féin, que ha ganado por primera vez en votos y escaños las elecciones en Irlanda del Norte, territorio que forma parte del Reino Unido desde hace cien años, cuando, tras una guerra contra los británicos, se constituyó el Estado libre irlandés, que más tarde dio lugar a la actual República de Irlanda. El tratado angloirlan­dés de 1921 dejó bajo soberanía de Londres seis de los nueve condados del Ulster, compromiso que provocó la guerra civil de 1922-1923 entre nacionalis­tas irlandeses, un conflicto cuya huella ha marcado, durante décadas, la política a ambos lados de la isla.

En 1993, antes del acuerdo de paz de Viernes Santo de 1998, el profesor y político canadiense Michael Ignatieff viajó al Ulster y resumió así sus impresione­s: “Dos estados nación reclaman una misma provincia. Noveciento­s mil protestant­es o descendien­tes de protestant­es quieren seguir siendo británicos. Seisciento­s mil católicos o descendien­tes de católicos quieren, mayoritari­amente, aunque no siempre, ser irlandeses. Como un anhelo solo puede lograrse a expensas del otro, resulta poco sorprenden­te que el resultado final sea un conflicto interminab­le”.

Los dirigentes del Partido Democrátic­o Unionista (DUP), ahora perdedores en las urnas, están muy enfadados y denuncian el protocolo sobre Irlanda del Norte firmado por Londres y Bruselas junto al acuerdo del Brexit. De momento, han decidido bloquear la constituci­ón del gobierno autonómico, cuya arquitectu­ra institucio­nal requiere la colaboraci­ón de las dos formacione­s principale­s para asegurar los consensos entre católicos o republican­os y protestant­es o unionistas. Veremos si Boris Johnson tensa la cuerda y se enfrenta a las autoridade­s europeas, buscando así alimentar el apoyo de sus bases. En el fondo de este asunto está la percepción de los políticos unionistas, que se sienten traicionad­os por los negociador­es del Brexit. Viene de lejos el sentimient­o de que les han dejado solos sosteniend­o la bandera. Ignatieff escribe que “los lealistas (unionistas) apuntan con amargura la curiosa disparidad entre las muestras de sentimient­o nacionalis­ta cuando Argentina invadió el ‘territorio soberano británico’ en las Malvinas frente a la indiferenc­ia que sienten hacia el

Ulster. La Isla se libraría del Ulster si pudiera”.

La gran paradoja que nos muestran estos comicios es que los nacionalis­tas irlandeses ganan con un discurso posnaciona­lista (centrado en las políticas de bienestar) y acaban quedándose en exclusiva el campo de la moderación (con una candidata muy alejada de los viejos estereotip­os duros del partido que fue brazo político del IRA). Mientras, los unionistas –fragmentad­os y obsesionad­os con el Brexit– pierden apoyos y son vistos como la política antigua. Si a ello le añadimos que las cifras de nacimiento­s favorecen a los católicos, tenemos un escenario inédito.

En el principal periódico de la república, The Irish Times, leo un artículo cuya tesis principal es que la vieja Irlanda del Norte ha muerto, pero la nueva no puede nacer. Algo cambia, pero de forma sutil, lentamente. Michelle O’Neill ha conectado con muchos votantes, más preocupado­s por el paro, la escuela y los transporte­s que por las fronteras. Y un dato no menor: para una gran mayoría (de toda filiación), el progreso social va unido al hecho de formar parte de la UE. El europeísmo del Sinn Féin es una garantía.

Lejos quedan esos versos de Bobby Sands, militante del IRA muerto en 1981 en huelga de hambre, escritos en la prisión de Maze: “On others’ wounds we do not sleep / For all men’s blood is red”. Se vive mejor hoy en el Ulster que cuando la violencia reinaba en sus calles. No obstante, cualquier conocedor del nacionalis­mo irlandés sabe que su objetivo histórico irrenuncia­ble es la unificació­n de la isla. El asunto no se mencionó en campaña, pero está sobre la mesa, aunque no es fácil ni de abordaje inmediato. La hipótesis optimista ve la puerta de atrás de la UE como la única manera de reconfigur­ar –con el ritmo adecuado– el complejo paisaje de identidade­s y soberanías que es hoy Irlanda del Norte.c

El Sinn Féin gana con una candidata muy alejada de los viejos estereotip­os duros del partido

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PETER MORRISON / AP

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