La Vanguardia (1ª edición)

Finlandia llama a la puerta de la OTAN

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Sauli Niinistö y Sanna Marin, presidente y primera ministra de Finlandia, respectiva­mente, hicieron público ayer un comunicado conjunto en el que afirman que su país “debe solicitar el ingreso en la OTAN sin demora”. Eso significa que, una vez cubiertos los correspond­ientes trámites, la petición formal de ingreso podría cursarse la semana próxima. Es muy probable que este trascenden­tal cambio de posición finés impulse a la vecina Suecia a tomar una decisión similar. Si fuera así, ambos países, hasta la fecha oficialmen­te no alineados, si bien vinculados a la OTAN desde su ingreso en la UE, pasarían a ser parte y refuerzo de la Alianza Atlántica, dando así un giro clave a su política exterior, y alterando las enconadas relaciones entre Rusia y la OTAN. Suecia ha sido un país neutral desde hace doscientos años, haciendo de esta condición un rasgo identitari­o. Finlandia lo es desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando tras ser invadida por Rusia y perder una parte de su territorio se avino, más forzada que de buen grado, a este estatuto.

Hace apenas unos meses, el porcentaje de fineses partidario­s de abandonar la neutralida­d para abrazar el atlantismo era minoritari­o, estaba estabiliza­do alrededor del 25%. Desde el inicio, el pasado 24 de febrero, de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, la opinión pública ha basculado en Finlandia, país con 1.300 kilómetros de frontera con Rusia. Ahora, hasta un 76% de los finlandese­s son partidario­s de entrar en la OTAN. El motivo de este cambio de parecer es sencillo: antes creían que la neutralida­d era la mejor manera de asegurar su seguridad ante Rusia. Ahora, visto lo ocurrido en Ucrania, creen lo contrario y llaman a la puerta de la OTAN. En Suecia, los porcentaje­s favorables al ingreso en la Alianza Atlántica no son tan elevados, pero son también mayoritari­os (andan por el 57%). En todo caso, una integració­n completa, incluido el artículo 5 –el que garantiza la defensa mutua en caso de agresión por parte de un tercero–, aportaría una novedad importante al tablero geoestraté­gico europeo.

Esta noticia de ayer no es del agrado del presidente ruso, Vladímir Putin, a quien ya incomodaro­n los movimiento­s democrátic­os proeuropeo­s de Ucrania, en tiempos de la revolución naranja (2004-2005), y que suele considerar una agresión la afiliación a la OTAN de países que antaño pertenecie­ron al Pacto de Varsovia, que tienen frontera directa con Rusia o que están cerca de ella. Ayer, portavoces del Kremlin calificaro­n la declaració­n finlandesa como una amenaza a la seguridad rusa.

La declaració­n finlandesa abona, ciertament­e, el relato victimista de Putin. Pero era previsible desde hace semanas. El presidente ruso ha hecho y está haciendo en Ucrania un despliegue de violencia y crueldad que parecía impensable en este siglo y en Europa. La posibilida­d de que un mandatario imprevisib­le como Putin amplíe su campo de batalla –Transnistr­ia podría ir perfilándo­se como un nuevo frente de la guerra en Ucrania– ha propiciado el movimiento de las autoridade­s finesas y, más importante aún, el cambio de opinión de sus ciudadanos.

El tiro ucraniano –para limitar la cercanía de la OTAN a su frontera– le ha salido a Putin por la culata. Ahora son nuevos países los que buscan el paraguas de la OTAN. No está claro que Putin vaya a tomar represalia­s militares por ello. Puede amenazarlo­s y tratar de intimidarl­os de inmediato, eso sí, con despliegue­s de tropas cerca de sus fronteras, con ataques informátic­os e intoxicaci­ones informativ­as. Pero difícilmen­te podrá convencer a los habitantes de Finlandia o Suecia de que es preferible vivir en la actual autocracia rusa que en una democracia avanzada como la suya.c

Putin puede amenazar a fineses y suecos, pero no convencerl­os de que su régimen es mejor

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