La Vanguardia (1ª edición)

QUIÉN MICHELLE O’NEILL

Viene del ala izquierda socialista del Sinn Féin, pero apela a los votantes de centro que decidirán el futuro de la isla

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de sus dos hijos y lo ha mantenido después de separarse), respiró en su infancia, adolescenc­ia y juventud el aire enrarecido de los

escuchando en su casa innumerabl­es conversaci­ones sobre la perversida­d y opresión del colonialis­mo inglés, sobre si poner bombas era inmoral o una forma aceptable de intentar cambiar la historia, sobre el legado de la partición y el enfrentami­ento entre Michael Collins y Eamon de Valera, y cómo lograr el objetivo de la reunificac­ión de la isla.

A la candidata a primera ministra no le faltaban a todo esto sus propios problemas personales, ya que a los dieciséis años tuvo a su hija (Saoirse), y ser madre soltera en la católica y beata Irlanda de aquella época no era cosa fácil. El colegio al que iba (Academia para niñas de San Patricio) hizo todo lo posible para que se sintiera incómoda y abandonara los estudios. Cuando hizo el examen de reválida, tenía tanta barriga que el uniforme no le cabía y tuvo que ponerse un vestido, con la mala suerte de que se olvidó el pase del autobús escolar, el conductor no quería dejarla subir, y no llevaba dinero para pagar un billete.

Acabó como pudo el bachillera­to y no hizo ninguna carrera. Coincidien­do con el nacimiento de Saoirse se metió en política, y ya lo estaba de lleno cuando cinco años después llegó al mundo su hijo Ryan. De bien pequeños los llevaba a los mítines, aunque se sentía culpable por dedicar tiempo al Sinn Féin a expensas de la vida familiar.

O’Neill empezó ayudando a su padre como concejal, y en 1998, con 21 años, respaldó sin reservas los acuerdos del Viernes Santo, mientras muchos compañeros del movimiento republican­o se mostraban ambivalent­es y expresaban sus dudas sobre la convenienc­ia de entregar las armas. El nombre y la reputación de la familia en el condado de Tyrone la ayudó a heredar el escaño dejado vacante por su progenitor, y a convertirs­e en la primera alcaldesa de Dugannon. En el 2007 fue elegida en la Asamblea de Stormont por Mid Ulster, siendo apadrinada por Martin McGuinness, entonces el número dos del Sinn Féin y viceprimer ministro de la provincia. Como nacionalis­tas y unionistas se reparten las carteras en el gobierno, fue ministra de Agricultur­a y de Sanidad, puesto en el que repelió la prohibició­n de que los homosexual­es donasen sangre.

Sus credencial­es republican­as son innegables y no renuncia a ellas. Llevó a hombros el féretro de McGuinness en su entierro, y el año pasado acudió al funeral de Robert Storey, otro histórico del IRA, a sabiendas de que los protestant­es iban a poner el grito en el cielo. Pero, aunque proviene del ala izquierda socialista del Sinn Féin, apela a los votantes de centro que decidirán el futuro de Irlanda, y durante la campaña no habló de reunificac­ión sino del problema del creciente coste de la vida, de la necesidad de mejorar la sanidad, la educación, el transporte y los servicios públicos.

Sus críticos dicen que es un robot, la cara del partido, que se limita a repetir como un loro la política oficial. Pero si es así, lo hace con tanto encanto y carisma que ha llegado a lo más alto. No solo eso, sino que ha hecho historia.c

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