La Vanguardia (1ª edición)

No todo el mundo sabe dar un sablazo, suerte que exige arrojo, oratoria y psicología

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100 o 200, euros te pidan 10.000, convencido­s de que el dinero molesta, predispone a la beneficenc­ia o te convierte en una sucursal del Banco de España. Es tal mi empatía con los ricos que necesito imaginarme que ya están acostumbra­dos y disponen de un repertorio de buenas palabras para esquivar el sablazo.

–Yo te dejaría, con gusto, esos 10.000 euros, pero antepongo nuestra amistad, que no tiene precio. Imagina que no me los devuelves, te entra la angustia y, desesperad­o, decides atracar un banco. ¡No me lo perdonaría nunca!

Los pobres, en cambio, no tenemos excusa porque presumimos de pobres pero solidarios. Además, hay que ser muy absurdo para sablear a un pobre, que siempre tiene recibos pendientes, letras de la hipoteca o una hija estudiosa de Erasmus en Uppsala y no llega a fin de mes.

Mi traductor, no se confundan, no pide alegrement­e un dinero, sino un préstamo a corto plazo para acabar el mes, cuando percibirá no sé qué ayuda o dará otro sablazo. Los pobres somos así de ensoñadore­s. En cuanto acabe esta columna, envío unos euros pero a fondo perdido, porque me ha inspirado, y la inspiració­n, como la amistad o un buen sablazo, es cara y no tiene precio.c

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