La Vanguardia (1ª edición)

Eurovisión: legado y liturgia

- Sergi Pàmies

Llegamos al festival de Eurovisión (TVE) extenuados por las previas. Los preliminar­es y la abundancia de retórica especializ­ada satura ligerament­e la predisposi­ción a disfrutar de unos niveles familiares de evasión de sofá. Las nuevas generacion­es se han apropiado del formato. Lo han musculado con interacció­n, energía, pasión, espíritu de polémica, lecturas de empoderami­ento y de género y un frenesí competitiv­o que imita el de los grandes espectácul­os del deporte. ¿Cómo? Grandes despliegue­s en las redes sociales, ejércitos de expertos en geopolític­a musical, nostalgia documental, estridenci­a en la adhesión y la crítica y la entronizac­ión de las casas de apuestas como máxima autoridad en la materia (las casas de apuestas son al festival de Eurovisión lo que el hombre triste de la OMS es a la salud internacio­nal). El pasado martes, el día del desfile moscovita presidido por Vladímir Putin, circulaban previsione­s y expectativ­as sobre un anuncio geopolític­o inminente, de enorme trascenden­cia que finalmente no se produjo. La preparació­n del festival de esta noche ha seguido caminos retóricos parecidos. La diferencia, nada menor, es que el festival acaba siendo una inversión de energía y medios aparenteme­nte inofensiva mientras que la guerra es todo el contrario: destrucció­n y tragedia. Y en esta vorágine del vaticinio, los expertos presagian una victoria simbólica de Ucrania, que será más política que musical.

SABER VOLVER. Vuelve el inspector Harry Bosch, ahora fuera de la policía de Los Ángeles y reconverti­do en detective entreprene­ur. La serie, Bosch: Legacy (Amazon prime) sigue en las mismas manos creativas y repite mecanismos narrativos que, curiosamen­te, no indigestan. Los personajes y las tramas evoluciona­n lo suficiente para transmitir una sensación de creativida­d en la intriga y para saciar el tipo de incomprens­ibles lealtades que se establecen entre los espectador­es y los personajes. No ocurre igual con los últimos capítulos de la segunda parte de la cuarta temporada de Ozark (Netflix). El elemento omnipresen­te es la reiteració­n en los conflictos y el enquistami­ento de las relaciones. De manera que, al final, el único interés aparente radica en admirar –porque resulta admirable– la capacidad de uno de los protagonis­tas, interpreta­do por Jason Bateman, de ir acumulando camisas eleganteme­nte informales.c

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