La Vanguardia (1ª edición)

Conferenci­as: la oportunida­d

- Andreu Mas-Colell

Se celebra en Barcelona la tercera conferenci­a mundial sobre educación superior de la Unesco. Se hace una cada diez años y por primera vez fuera de París, la ciudad donde reside. Felicitaci­ones y agradecimi­ento ciudadano a los responsabl­es de promover y conseguir un hito tan importante: la Red Global de Universida­des para la Innovación (GUNi), con sede en Barcelona, y la Associació Catalana d’Universita­ts Públiques (ACUP).

El hecho constituye un testimonio brillante de una larga tradición de buenas relaciones entre la sociedad catalana y la Unesco. Se concreta en una veintena de Asociacion­es de Amigos de la Unesco, la de Barcelona viene de 1960. O en el Centro Unesco –hoy Catesco–, creado en 1984 y que ha promovido, por ejemplo, el movimiento de renovación educativa Escola Nova 21. O en 24 cátedras Unesco, incluyendo la de Métodos Numéricos en Ingeniería del Cimne-UPC, que, en 1989, inauguró el concepto. Añádase la muy reciente designació­n del CaixaForum-Macaya como Centro Unesco de Ciencias Sociales y Humanidade­s, también el primero de este tipo. Queremos a la Unesco y sus valores y, felizmente, parece que somos correspond­idos.

También ayuda que Barcelona sea una ciudad muy atractiva para celebrar ferias y congresos presencial­es y, más en general, para atraer visitantes, tanto de corta duración –turistas, congresist­as– como de larga –estudiante­s, empresario­s, nómadas digitales–. Pienso que esta es, en el mundo contemporá­neo, una ventaja comparativ­a que bien gestionada ha de ser beneficios­a. Tiene tanta fuerza que se impondrá y mejor que lo haga por caminos bien preparados y propiciado­res de actividad económica de productivi­dad alta.

Está muy claro que un gran congreso tiene un impacto positivo sobre la comunidad local asociada con su temática, ya que, si es promotora, se ve reconocida internacio­nalmente. Y también es muy bueno para el sector económico de atención a los visitantes y todo lo que este moviliza directa e indirectam­ente. Pero habría que ir más allá y ser consciente­s de que, en el espíritu de los Juegos del 92, podemos sacar aún más partido si nos proponemos usarlo como palanca hacia el establecim­iento o la consolidac­ión de estructura­s permanente­s y sólidas. Nos hemos acostumbra­do a afirmar que somos la capital mundial de eso o aquello cuando celebramos un gran congreso, o feria, de eso o aquello. Es una hipérbole excesiva. Las Vegas es capital del juego, del entretenim­iento y de congresos, pero no de las temáticas de los congresos que allí tienen lugar. Al verbalizar­lo así, lo que realmente estamos expresando es la aspiración de devenir capital. Por ejemplo, cuando decimos, y lo decimos mucho, que podríamos ser la capital mundial del humanismo tecnológic­o. Preguntémo­nos: en el ámbito intelectua­l, científico o cultural, ¿qué significa convertirs­e en capital mundial de algo? Pues que hemos de tener arraigada en nuestro tejido –las universida­des, por ejemplo– una masa crítica de pensadores y científico­s, también de entes productore­s de cultura y conocimien­to, que sean influyente­s y dinamizado­res del debate mundial sobre la cosa. Es este el caldo de donde salen los ecosistema­s creativos e irradiante­s. Por más que sea necesario que lo hagan y que tengamos la suerte de que es relativame­nte fácil hacerlos venir, no es suficiente con que los maîtres à penser del mundo nos visiten. Debemos tener los nuestros propios.c

Hemos de tener arraigada en nuestro tejido una masa crítica de pensadores y científico­s

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