La Vanguardia (1ª edición)

Se fabrican pocas bañeras, ese icono romántico ideal para romperse la crisma

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humanas de género femenino, por aquello de los chorros y los chorritos, tan juguetones ellos.

Un amigo del sector me cuenta que cada vez se fabrican menos bañeras y más platos de ducha, salvo en viviendas de alto standing con bañeras aisladas, a modo de complement­o que come aparte, aunque poco práctico porque, al salir, formas charcos, salvo que un mayordomo te espere con el albornoz y el dry martini.

A la gente, además, le ha entrado la perra por los gimnasios y se ducha allí con frecuencia, y el aliciente de amortizar la cuota. Y, por si fuera poco, siempre aparece algún dermatólog­o que desaconsej­a un contacto excesivo con el líquido elemento.

Nos quedan los hoteles y sus bañeras, pero, de nuevo, cada vez hay menos habitacion­es con bañeras y más con duchas dicharache­ras, de esas que te sorprenden por el plato inesperado, un instante mágico, refrescant­e e ideal para la práctica del juramento en arameo.

A mí me sabe mal por los matrimonio­s, las parejas y los que celebran San Valentín porque no había nada más romántico que una bañera con pétalos, cuatro velas de los chinos y algo de música sin letra para dar una sorpresa al ser amado esas noches en que vuelve hecho polvo al hogar.c

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