Un millón para rejas antigrafitis en las tiendas
El Ayuntamiento de Barcelona subvencionará la retirada de las persianas de siempre para que los escaparates luzcan más
El Ayuntamiento de Barcelona destinará un millón de euros a la instalación de verjas antigrafiti en las tiendas de la ciudad. El primer teniente de alcalde y la concejal de Comercio, los socialistas Jaume Collboni y Montserrat Ballarín, presentaron ayer esta línea de subvenciones pensada para mejorar la imagen del comercio barcelonés, especialmente maltratada por esta pandemia.
La idea del ejecutivo municipal es que al menos medio millar de establecimientos comerciales de toda la ciudad puedan acogerse a la línea de subvenciones Aparadors Vius y cambiar sus persianas metálicas por otras verjas troqueladas de malla u otros diseños por el estilo. De esta manera, los grafiteros se quedarán sin su lienzo más preciado, sin su espacio más querido a la hora de desenfundarlos aerosoles de colores. La gestión del programa irá a cargo de la agencia municipal Barcelona Activa. El Consistorio subvencionará el cambio de cada persiana con un máximo de 2.000 euros, y cada solicitante podrá optar a una ayuda tope de 6.000 euros. Efectivamente, como bien saben los comerciantes, las persianas metálicas no las regalan.
En realidad resulta muy complicado encontrar en esta ciudad una persiana metálica que dé a la calle que no esté del todo grafiteada, pintada una y otra vez, a veces incluso de manos de artistas urbanos muy reconocidos, en ocasiones hasta por encargo de los propios comerciantes... Hablamos de murales firmados por Konair, Pez, El Xupet Negre, El Arte es Basura... A muy pocos les gusta ese gris tan mortecino y soso. Fíjense un día en las puertas del restaurante El Cuiner de Damasc, detrás del Ayuntamiento. Lamentablemente, muy pocas muestras de arte urbano son respetadas.
De un tiempo a esta parte, la ciudadanía presenta crecientes signos de hartazgo, sobre todo en el centro. La irrupción de las redes sociales en este mundillo dio pie a unas nuevas generaciones de grafiteros más irrespetuosos e irreverentes, incluso con las normas no escritas de su actividad, como no pintarrajear monumentos o edificaciones antiguas o asegurarse de que si vas a pintar encima de otra obra, pues que sea para mejor, para que el lugar luzca aún más.
Y en esta deriva da lo mismo que los comerciantes dejen su persiana tal cual o que encarguen a un artista un trabajo más elaborado. Enseguida llega alguien y lo pintarrajea todo. Muchos ni siquiera se preocupan en darle un poco de gracia a sus letras, se conforman con dejar unos cuantos trazos muy gruesos. Una víctima habitual es la barbería de Vicenç Moretó, en la calle Joaquín Costa, en el Raval.
Y la pandemia y el cierre de negocios no hicieron otra cosa que poner de manifiesto la proliferación de pintarrajos. A la calle Ferran la rebautizaron como la Milla de Plomo. Las persianas metálicas echadas y llenas de manchurrones se convirtieron en su principal característica. El vial aún no terminó de recomponerse. Las verjas que trata de promocionar el gobierno municipal, en cambio, no se pueden pintar. Y, tal y como destacaron los ediles Collboni y Ballarín en su presentación, permiten a la gente echar un vistazo a los escaparates incluso cuando los comercios están cerrados. Y, además, de este modo el comercio contribuye mucho más a alegrar y llenar de luz las calles y las plazas de la ciudad en esas horas más oscuras. Los escaparates iluminados hacen que el espacio público hasta se antoje mucho más seguro.c
Gestionar una ciudad como Barcelona no es fácil. Vivir en el puente de mando de las decisiones se convierte en algo complicado, alambicado y a veces frustrante. Pero el compromiso obliga a continuar echando leña en la caldera, no se debe declinar ni aunque exista impericia. Barcelona necesita trabajo, ideas y energía constantemente. La ciudad te coloca en el mapa, pero quiere que le suministres la dosis necesaria de kriptonita. Y cuando la inacción o la desidia se apoderan de los despachos, el resultado para los ciudadanos es comenzar a sufrir los efectos perniciosos de una urbe que no ha estado a la última.
Barcelona lleva un tiempo, pese a sus magníficos activos, conduciendo a trompicones. De repente pasó de circular por una autopista alemana a hacerlo por una de esas vías en las que ni el trazado ni el peraltado invitan a pisar a fondo el acelerador. Por ello, cualquier iniciativa que permita mejorar las condiciones de vida de la gente y que ponga encima de la mesa opciones para que el ánimo ciudadano sea más lucido hay que aplaudirla.
En este sentido, me gustó el plan metropolitano que exhibió Jaume Collboni la semana pasada en esa plataforma de pensamiento en la que se ha convertido ReThinkBcn, dentro del ciclo Fer metrópoli de Foment del Treball. Un plan metropolitano para impulsar ideas conjuntas sobre infraestructuras, movilidad y energía. Hacer planes solo para una de las varias ciudades que componen el área metropolitana es condenar una
La pandemia y el cierre de negocios pusieron de manifiesto la proliferación de pintarrajos
El aeropuerto y el puerto son claves para que el progreso empape mejor a Barcelona
buena idea a que crezca sin vitaminas. La movilidad de las bicicletas entre varios municipios y el esfuerzo común por dotar de más áreas de energía renovable con el pacto de colocar en edificios privados placas fotovoltaicas con coste cero para los vecinos fueron dos de los asuntos esbozados en la conferencia. Generar más riqueza sostenible es ganar calidad de vida.
Otro de los elementos esbozados por Collboni –cada vez más omnipresente y participativo en los asuntos de gobernanza de la ciudad– ya tuvo que ver con dos asuntos centrales de futuro para Barcelona: la ampliación del aeropuerto y el puerto. Esas dos infraestructuras son claves para que el progreso empape mejor a Barcelona, y Collboni quiere erigirse en el líder de ese proyecto y enfrentarse a quienes enarbolan la bandera contraria, precisamente sus compañeros en el puente de mando municipal. El discurso está entre fomentar el progreso con el crecimiento o agarrarse a un futuro donde los complejos puedan seccionar el porvenir de la ciudad. Dos estilos, dos maneras de entender el mundo. Hay más estilos representados en el Consistorio –por ejemplo, los que están más preocupados por Pegasus que por construir una eficiente y atractiva arquitectura municipal–, pero el tuétano es ese: la gestión, las ideas, la determinación para poner en marcha los proyectos y tener claro que o se crece o se decrece. Todo lo demás son elementos secundarios. Aunque a algunos les pese.