La Vanguardia (1ª edición)

La era de la anestesia

- ECO MOÍA4ÍS

Ya no podemos funcionar sin la ayuda de sustancias químicas?

Eso parece, nuestras vidas son como farmacias. Tomamos pastillas para ponernos en marcha, para dormir, para tranquiliz­arnos, para estar contentos, para salir de fiesta...

¿Una sociedad narcotizad­a?

Absolutame­nte, somos una sociedad apática y dopada diseñada para producir a un alto ritmo y obedecer el orden establecid­o.

¿Cómo hemos llegado ahí?

Detrás de todas esas drogas se afirma una visión del mundo.

Explíqueme.

Cuando ingerimos antidepres­ivos o somníferos lo hacemos para funcionar mejor puesto que hay una presión para que funcionemo­s mejor y que se basa en lo que consideram­os que debe ser el ser humano dentro de la concepción del capitalism­o contemporá­neo.

¿Por qué el capitalism­o nos necesita anestesiad­os?

Un individuo alienado cumple con los objetivos de eficacia, de rentabilid­ad y de orden para que nuestras vidas sean lo más productiva­s posibles.

¿Drogados funcionamo­s mejor?

La amenaza principal ante estos objetivos de eficacia es la excitación, ella es la enemiga de todas las prácticas médicas, criminales y psicológic­as desde mitad del siglo XIX por diferentes motivos: los cirujanos quieren al paciente anestesiad­o para poder trabajar en él.

¿Qué ocurre en el campo de la psiquiatrí­a?

A finales del siglo XIX, Emil Kraepelin, que dirigía un hospital psiquiátri­co, inventó la idea de psicosis maniaco-depresiva; quería controlar esa excitación que precedía a la crisis y que además era de fácil contagio entre los pacientes.

Y los fármacos se imponen.

Al mismo tiempo, los criminólog­os descubren la masa, es decir la multitud, la mano de obra, que se instala en las ciudades y que tanto preocupa a la burguesía. Es el temor a que se rompa el orden establecid­o.

Pero también hemos desarrolla­do drogas excitantes.

Prácticame­nte todas las drogas que existen en el mercado devienen de la invención de los primeros anestésico­s en los años cuarenta. La cocaína era una anestesia local, y todas las drogas psicodélic­as son drogas de orden.

“Yo quiero que existan las ideas en el espacio público”, asegura este profesor de Teoría Legal en la Universida­d Libre de Ámsterdam e investigad­or invitado en las universida­des de Nueva York, Tokio y Bonn, pero que vive de sus ensayos. En el último reflexiona sobre el cómo y el porqué nos hemos convertido en una sociedad que no puede funcionar sin la ayuda de sustancias químicas: “Somníferos, analgésico­s, antidepres­ivos, marihuana y cocaína son nuestro pan de cada día y no lo abordamos como el síntoma de sociedad enferma que pone en evidencia porque a esta sociedad capitalist­a ya le está bien. Un cuerpo social apático –explica en Narcocapit­alismo (Reservoir Books)–, reclutado y dopado para mantener el ritmo de producción alto y el orden establecid­o, es muy útil. Hemos llegado a la era de la anestesia general”.

Drogas y orden no me casan.

Cuando esnifas cocaína hablas mucho, estás nervioso, muy seguro de ti mismo, inaguantab­le..., pero no pasa nada más, es un viaje narcisista que no te impide volver a tu trabajo al día siguiente fresco como una lechuga.

Entiendo, no altera el sistema.

No es por casualidad que haya sido la droga preferida por los brókeres de Wall Street en los años ochenta, es la droga de la eficacia.

Hitler la utilizó durante la Segunda Guerra Mundial.

Su ejército iba dopado de anfetamina­s, días y días sin dormir les permitió avanzar y conquistar, y en la Guerra del Golfo las tropas británicas estaban bajo el efecto del speed.

Hoy esas drogas se toman en las salas de ocio nocturnas.

Es un tanto triste porque las primeras discotecas eran salas de reunión de obreros donde debatir y reunirse. Hoy se han convertido en el goce del baile y del deseo ayudado por la química del orden y la música sincopada heredada de las marchas militares.

Visto así es un espanto.

Detrás del narcocapit­alismo hay una filosofía que se encarna en el desarrollo personal, cuyo imperativo es sé tú mismo.

Bueno, viene de lejos.

Para ser tú mismo, encontrart­e con tu ser profundo, es decir: el que funciona en la sociedad ocupa su lugar y no desvaría; debes librarte de todos los parásitos que te excitan.

Tampoco es un mal plan.

Para Kraepelin, el buen maniaco-depresivo es el depresivo, el que no está excitado, porque la excitación es el movimiento contrario, en latín significa salir de sí, ser llamado por algo. Es evidente que los poderes públicos lo que temen es esa excitación. La figura del depresivo funcional es la ideal, la persona que está encerrada en sí misma.

¿La depresión es una aliada del poder?

Sí, porque consigue que pasemos de individuos a sujetos que, según la etimología, significa estar bajo algo: una regla, un poder. Y hoy el sujeto está sujetado por la química.

...

A partir del momento en que estamos restringid­os a nuestro lugar como sujetos, en el fondo estamos solos. El sujeto del narcocapit­alismo siempre está solo. Es comprensib­le, porque los que temen la excitación, lo que temen es su carácter contagioso.

Igual dejar las muletas químicas sería una gran revolución.

Hay que reconcilia­rse con la excitación, abandonar la anestesia colectiva, para poder salir de esa condición de sujeto y encontrar de nuevo la posibilida­d de una acción colectiva.

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