Puesta de largo o baile de graduación, el diputado parecía ayer cargado de planes
marino añadía un pasador.
Pompa en la indumentaria y solemnidad en el discurso: Rufián evitó lo inmediato y planteó una reflexión sobre la coyuntura histórica, el auge de la ultraderecha, los deberes de la izquierda, las dinámicas mediáticas, el brete de la democracia y la utilidad de la política. Eludió la actualidad y el argumentario, que solo aparecieron ante las preguntas de la prensa: “diálogo”, “mesa”, “memoria”.
Con ese aplomo jactancioso habitual en su retórica rotunda –eficiente como un evangelista digital–, a ratos costaba recordar que escuchábamos al portavoz y ERC en el Congreso y no al pujante líder de una nueva izquierda posibilista, en competición con los sucesivos carismas de los vicepresidentes de Unidas Podemos, Pablo Iglesias y Yolanda Díaz, a los que dejó sus recaditos: “No hay nada que dé más pereza que un político hablando de los medios” y “sin una militancia, una historia y unos compañeros, los candidatos no somos nada”. Respectivamente. Su oratoria tomó aire latinoamericano en la disputa de significantes convencionales –“escuela, trabajo y familia”–, para dar la batalla a la derecha por el malhumor social, y llamó a la política a su deber principal: “Llenar las neveras”.
Fuera puesta de largo o baile de graduación, se hacía imposible no pensar que Gabriel Rufián salía anoche del lujoso hotel Eurobuilding cargado de planes para el futuro. Permanezcan en sintonía.c