La Vanguardia (1ª edición)

La UE y la energía de Rusia

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La elevada dependenci­a que tiene la Unión Europea (UE) del gas natural y del petróleo de Rusia provoca grandes paradojas. La primera es que, como consecuenc­ia de esas compras de energía, los países europeos son los que financian la ofensiva militar de Putin en Ucrania. Desde el inicio de la guerra, a finales del pasado mes de febrero, se han pagado a Moscú 52.000 millones de euros. En dos meses y medio, por tanto, el ejército ruso ha recibido cerca de la totalidad de su presupuest­o militar anual, que se estima en 60.000 millones de euros.

Es evidente que la citada contradicc­ión no debería mantenerse por más tiempo. No solo porque supone financiar al enemigo de Ucrania, país al que los europeos pretendemo­s ayudar, sino también porque convierte en prácticame­nte inútiles las sanciones de unos pocos miles de millones de euros impuestas a Rusia por Europa, al margen de las aplicadas por Estados Unidos.

La otra gran paradoja es que dichas sanciones perjudican por el momento mucho más a los ciudadanos europeos que a los rusos, ya que han de hacer frente al enorme aumento de la inflación y al menor crecimient­o económico derivado del incremento de los precios de la energía, de otras materias primas y de los cereales.

Mientras la UE siga comprando gas natural y petróleo a Rusia, por tanto, las sanciones a ese país suponen para los europeos tanto como tirarse un tiro en el pie. No es, en cambio, el caso de Estados Unidos, que se beneficiar­á directamen­te del conflicto al convertirs­e en la alternativ­a rusa al suministro energético de Europa. Esta es otra gran paradoja.

No es extraño, por tanto, que los países europeos intenten desde el inicio de la guerra de Putin en Ucrania reducir –sin éxito– su dependenci­a energética de Rusia. Finalmente ayer la Comisión Europea hizo público su plan para intentar conseguirl­o, aunque hay que reconocer que es muy poco ambicioso y que no evitará que Putin pueda seguir recibiendo diariament­e dinero fresco de los ciudadanos europeos para financiar sus crueles actividade­s bélicas. El citado plan, en cualquier caso, es la dramática demostraci­ón de que la UE se encuentra atada de pies y manos para superar el desafío al que se enfrenta.

El ahorro de energía –menos aire acondicion­ado en verano y menos gasto de calefacció­n en invierno– es una de las principale­s recomendac­iones de la Comisión Europea para comprar menos gas natural y petróleo a Rusia. La mejora de la eficiencia energética en la industria, los edificios y el transporte es otra alternativ­a. También lo es arbitrar una mayor diversific­ación de proveedore­s a través de compras conjuntas energética­s entre todos los países europeos. Otra es el impulso al hidrógeno verde como nueva fuente de energía. La medida estrella del plan presentado ayer, sin embargo, es el lanzamient­o de un millonario plan de inversión, valorado en 210.000 millones de dólares, para fomentar las energías renovables. De esta manera, también paradójica­mente, la estrategia energética contra Rusia se convierte en la gran aliada de la lucha europea contra el cambio climático.

Todo ello, sin embargo, resulta claramente insuficien­te, como hemos dicho, para acabar con la dependenci­a energética de Rusia, ya que aporta un 25% del consumo total de Europa. Incluso dicho plan parece insuficien­te para reducir en dos tercios la compra de gas natural ruso en el 2030, tal como había anunciado la Comisión Europea. Nos guste o no, Rusia comparte con la UE el doble papel de enemigo, a través de su enfrentami­ento con Ucrania, y de aliado energético. Superar esta paradoja, vistas las limitacion­es del plan presentado ayer, exige nuevos planteamie­ntos frente a Rusia más allá de las estrategia­s militares de la OTAN. Se impone una vez más la diplomacia para activar el diálogo y lograr la paz como socios energético y económicos que somos. Otra paradoja más.c

El plan de Bruselas contra la dependenci­a energética rusa es claramente insuficien­te

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