La Vanguardia (1ª edición)

Eurovisión no es la ONU

- Berlín. Correspons­al Albert Domènech

El triunfo de la banda ucraniana Kalush Orchestra en Eurovisión supone que en primera instancia correspond­e a Ucrania albergar la cita del 2023, objetivo de ardua ejecución si aún hay guerra en el país invadido por Rusia. Tanto los Kalush como el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, han dicho que aspiran a que se celebre en una ciudad ucraniana. Pero la Unión Europea de Radiodifus­ión (UER) ya ha alertado de los “singulares desafíos” al anunciar que pronto empezará a planificar con UA:PBC, la televisión pública ucraniana.

Por ello, la opción de celebrar Eurovisión’2023 en otro país flota desde la noche misma del triunfo ucraniano, y algunos ya han anunciado su disponibil­idad, si bien dejando claro que lo primero es ayudar a Ucrania para que pueda albergarlo. Tanto la BBC, segunda con Sam Ryder, como RTVE, tercera con Chanel, se expresaron en esa línea. “RTVE se ofrece para apoyar en todo en esa organizaci­ón a Ucrania y, en caso de que lo necesitara­n, estaríamos dispuestos a albergar la próxima edición de Eurovisión”, dijo María Eizaguirre, directora de Comunicaci­ón y Participac­ión del ente público, en Turín. La ciudad italiana y la RAI se han ofrecido a ayudar o a albergar la cita, y también Estocolmo, capital hermanada con Kyiv.

Pero otro país que se ha ofrecido y que presenta el perfil más idóneo para las necesidade­s de Ucrania es la fronteriza

Polonia, que acoge a casi 3,4 millones de refugiados ucranianos. La televisión pública polaca, TVP, declaró su voluntad de ayudar a sus vecinos, aunque recordando que, por razones presupuest­arias, deberá acordarlo con el Gobierno polaco. Un festival coorganiza­do por las television­es polaca y ucraniana en una ciudad polaca –¿Cracovia?– podría seguir la regla creada para admitir a Australia, esto es, que de ganar, la australian­a SBS coorganiza­ría el siguiente festival con una televisión europea en una ciudad europea de su elección.

Por supuesto, esta regla es aplicable a una cooperació­n de Ucrania con España o el Reino Unido. Pero la cercanía geográfica de Polonia permitiría a los organizado­res ucranianos viajar más fácilmente por tren. Y para el Gobierno ucraniano, tener el festival del 2023 lo más cerca posible de su territorio posee también un valor geopolític­o ante Rusia, como lo tendría asimismo para la propia Polonia. Pese al reto económico del festival para una Ucrania en guerra o en fase de reconstruc­ción, tampoco parece descartabl­e su celebració­n en una ciudad del oeste más segura, como Lviv.

Habrá meses de análisis antes de la decisión. Los requisitos técnicos de la UER para la ciudad anfitriona son: un pabellón para 10.000 espectador­es, como mínimo 2.000 plazas hoteleras para delegacion­es y periodista­s, y acceso fácil a un aeropuerto internacio­nal. Garantizar la seguridad de todos siempre ha sido clave; ahora, con guerra, aún más.c

Al grano y sin dolor: la victoria de Ucrania en el pasado festival de Eurovisión es una patada en toda la boca a la ya de por sí mermada credibilid­ad de un festival azotado históricam­ente por las tramas geopolític­as. Aunque esta vez hay una diferencia importante y que no podemos pasar por alto: fue el televoto (es decir, la puntuación de los ciudadanos de cada país) lo que finalmente otorgó a Ucrania la victoria. Si hubiera sido por el jurado de cada Estado (sistema tradiciona­l de puntuación hasta hace muy poco) el micrófono de cristal hubiera ido a parar a manos del Reino Unido.

Sigo el festival desde que tenía 7 o 8 años. Recuerdo que esa época tenía cierta obsesión geográfica y me quedaba prendado por todo aquello que tuviera banderas de muchos países a los que debía identifica­r. Su voz me hipnotizó. Hablo del maestro José Luis Uribarri, del que este mes de julio se cumplirán diez años de su fallecimie­nto. Para un niño ilusionado con los descubrimi­entos y con la música, escuchar cómo aquella voz grave e inconfundi­ble clavaba año tras año todos los pronóstico­s y las votaciones de los países, segundos antes de que ocurrieran, me fascinó de por vida. Con el paso de los años, me percaté de que aquello que siempre había pensando que era magia pura, tenía mucho más de racional, y solo había que echar un vistazo a la historia o a la actualidad geopolític­a.

Aún así, como declarado eurofan quise conservar ese ilusionism­o como cuando me tragaba cada semana los espectácul­os del espacio de lucha libre Pressing catch sabiendo que todo era teatro del bueno y ni siquiera se rozaban. En lenguaje del Barça actual: es lo que hay. Uno es consciente de que en Eurovisión muchas veces el decorado ha pasado por encima de la canción y que las tramas y alianzas políticas siempre han jugado un papel destacado. De ahí que ahora que el voto popular tiene el 50% de la decisión en sus manos me ha sabido especialme­nte mal que hayamos caído en el mismo error de querer hacer un ejercicio emocional de solidarida­d en el escenario equivocado, y más cuando muchos de los países están enviando (o vendiendo) armas a las zonas de conflicto. España incluido. Seamos sinceros: votar a Ucrania en Eurovisión no cambia ningún escenario bélico. Lo que sí que significa es un guantazo sin manos hacia un festival y unos artistas a los que se les tendría que explicar que fueron a un postureo. Y eso en un año que España tenía opciones reales, hace mucha pupa.c

La fronteriza Polonia sería una alternativ­a idónea para los ucranianos: cerca y con valor geopolític­o

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain