‘Navalny’, casi una ficción de espías
El director canadiense Daniel Roher inaugura el DocsBarcelona con un filme sobre el opositor ruso
La realidad supera a la ficción. Por eso a Daniel Roher su documental sobre Aleksei Navalny le ha quedado como un buena película de espías, de esas que intrigan, de esas que dejan al espectador pensando que al guionista se le ha ido un poco la mano porque hay momentos inverosímiles.
Pero Navalny, que inauguró ayer el DocsBarcelona, no tiene ni una pizca de invención. Es pura realidad. La cámara del canadiense Roher ha seguido al líder opositor ruso durante los últimos dos años. Navalny es el perfecto protagonista para cualquier cinta de espías que se precie. Es un joven abogado, guapo, muy valiente y está rodeado por una familia maravillosa. Ataca a Vladímir Putin, el perfecto antagonista, por el déficit democrático que sufre Rusia, por el constante atropello a los derechos humanos y por la corrupción del régimen.
En el prólogo del documental, Roher presenta a un Navalny cuyos mítines están repletos, que cuenta con un ejército de 182.000 voluntarios y con infinidad de seguidores a través de las redes sociales. En agosto del 2020, el protagonista viaja de Siberia a Moscú y se siente mal en pleno vuelo. El avión aterriza de emergencia en Omsk y a Navalny lo ingresan en un hospital. Los médicos tratan de impedir la visita de su esposa, Yulia Naválnaya, quien sospecha, y no es la única, que su marido ha sido envenenado.
Alemania propone que el opositor ruso ingrese en un hospital de Berlín y un avión medicalizado lo traslada a la capital alemana, donde los médicos confirman que ingirió una sustancia venenosa que afecta al sistema nervioso. Navalny se recupera y con la ayuda de su equipo decide averiguar quién vertió el veneno en su taza de té.
Las pesquisan dan sus frutos y los investigadores encuentran a un puñado de sospechosos, posibles agentes secretos que viajaron a Siberia en los días en que se produjo el envenenamiento. Navalny decide telefonearlos, pues es la única posibilidad que ve de convertir sus sospechas en hechos contrastados. La cámara de Roher graba. Las primeras llamadas resultan infructuosas. Los interlocutores cuelgan. Pero de repente uno de ellos muerde el anzuelo y canta la Traviata.
El descubrimiento no pasa desapercibido, porque Navalny lo cuelga en su TikTok y recibe millones de visitas. Si fuera una película de ficción, acabaría ahí, con un happy end. Pero como la realidad supera a la ficción, el opositor ruso decidió volver a su país. Regresó en enero del 2021. En el aeropuerto de Moscú le esperaba una muchedumbre, pero el avión aterrizó en otro aeródromo de la ciudad donde el protagonista fue detenido y después juzgado. Ahora cumple condena en la cárcel de Pokrov. Si fuera una película habría segunda parte. Y aunque es un documental, su director espera rodar una secuela sobre “la campaña de Navalny en una futuras elecciones democráticas en Rusia”.c
Víctor Balaguer (1824-1901) fue un poeta de la Renaixença en castellano (bautizó las calles del Eixample con referencias a la Catalunya imperial: Rosselló, Provença, Sicília, Sardenya) y ministro de ultramar del gobierno de España. Era amigo de la heredera de can Blanch y venía a Arbúcies con sus amigos. Acompañó al pintor Anglada Camarasa, que pintó uno de los cuadros suyos que más me gustan: unas piedras musgosas, tan diferentes de las fantasías de la época de París. También invitó al cocinero de la casa real. El pastor que clavaba las picas en torno a los prados donde pacía el rebaño (el piconaire), probó el pa de pessic y conseguió que el cocinero le facilitara la receta. Por eso el pa de pessic, en Arbúcies, se vendía en la pastelería can Piconaire (más tarde también en can Mir). Balaguer escribió un libro sobre sus aventuras en el Montseny, Al pie de la encina (1893). Contiene el núcleo de una comedia sobre esa época tan misteriosa, el siglo XIX, con unos propietarios ricos, un poeta en castellano que es ministro de Filipinas, un pastor sagaz y un pintor que aún no se ha vuelto esteticista. He trabado amistad con Marta Dalmau, que ha convertido can Blanch en una explotación agropecuaria moderna y puedo ir de cuando en cuando a la finca y respirar el mismo aire que el señor ministro.
El campo de amapolas. Tere Recarens, una artista catalana que vive en Berlín, se ha apuntado a la campaña anticampos de colza que inició con un tuit Jair Domínguez. Toda la gente sacándose fotos ante los campos amarillos de flor de colza, cursilones, sin imaginación alguna. “¿Te acuerdas de aquel campo de amapolas que había hace años?” Tere –le digo– ¡ese campo aparece en El pie de la encina! ¡El poeta Balaguer le dice a Anglada Camarasa que por que no lo pinta! “No me atrevo, me dijo. Si lo pintaba tal como es, lo creerían exagerado hijo de mi fantasía, y no copia del natural”. Cuanto daño ha hecho la fotografía digital.
Herrerillos flamencos. En Al pie de encina Balaguer cuenta que una noche la chica de can Blanch cantó unas arias acompañada por un pianista. Los ruiseñores se acercan a la casa, empiezan a competir con su canto y montan tal algarabía que obligan a terminar el concierto. Estos días me ha pasado algo parecido. En el balcón tengo un bol con agua y migas de pan para los herrerillos. El otro día escuchábamos en el tocadiscos Fuente y caudal de Paco de Lucía. Un herrerillo subió a la barandilla y empezó a trinar rivalizando con los arabescos de la guitarra.Fue alucinante. Por cierto: qué maravilla un ruiseñor. ¡Un pájaro que canta de noche y duerme de día! En la poesía trovadoresca, el amante abandona la cama de la señora cuando el ruiseñor se retira y empieza a cantar la alondra. Se podría escribir una versión bien moderna y divertida con una pareja de amantes y un marido que trabaja en una embotelladora, en el turno de noche. Beban mucha agua (que hace mucho calor) y hasta la próxima semana.
La cámara de canadiense Roher ha seguido al líder opositor ruso, que fue envenenado en el 2020
Tere Recarens, una artista catalana que vive en Berlín, se ha apuntado a la campaña anticampos de colza