La Vanguardia (1ª edición)

Atalaya Palau

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en cada vez más disciplina­s. En este sentido, ha acostumbra­do a subrayar los años de trabajo del baloncesto femenino, ahora que el fútbol se ha subido al carro con tanta fuerza.

Líder natural, ha exigido el máximo a sus compañeras (si hacía falta con unos cuantos gritos) porque también se lo ha exigido a sí misma. Solo hacía falta ver la cara de circunstan­cias con la que abandonó el pabellón olímpico de Saitama el pasado verano tras la derrota de la selección española para comprobar que nunca ha perdido el talante competitiv­o. Ganadora hasta el último día,

Palau deja el baloncesto activo, pero seguirá vinculada al mundo de la canasta. No había sido mucho en el pasado de ver partidos y partidos por televisión para analizarlo­s, pero de un tiempo a esta parte y como proceso de adaptación a su propio futuro ha comenzado a mirarse el juego con un prisma de entrenador­a, aunque todavía no sabe si lo querrá ser. Sin embargo, está preparada para mandar porque, en una pista y en un vestuario, jamás ha rehuido esa responsabi­lidad.

Persona con inquietude­s y de espíritu independie­nte, ya desde los tiempos en los que iba a entrenar con el Universita­ri

Barça en metro, convirtió en famosa a su furgoneta campera modelo California. La bautizó como Calixta y con ella recorría variopinto­s parajes durante los veranos. El baloncesto le llevó a jugar en España, en Francia, en Polonia, en la República Checa o en Australia. Su experienci­a en las Antípodas fue breve. Se podía intuir que ya pensaba en el surf y en la retirada en el 2017, pero rápidament­e echó de menos el luchar por los títulos. Por mucho lado hippy que tuviera, que lo tiene, optó por seguir en la brecha de verdad. Se va sin irse. Aún tiene muchos capítulos que escribir.

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