La neutralidad es a la política lo que la objetividad al periodismo: falacia
siendo tú el culpable de la bronca.
La neutralidad, según los papeles, es en política el estatuto jurídico de un Estado que no participa en un conflicto bélico “que comporte severas obligaciones tanto para el Estado como para sus nacionales en relación con los beligerantes, quienes han de respetar los derechos de aquel y de sus nacionales”. En casa, a pequeña escala, era la respuesta inequívoca de mi madre a nuestras pequeñas hazañas asamblearias, asistencia a manifestaciones o reparto de octavillas de cualquier tipo: “Hijo, en política no te signifiques, no te signifiques”.
En el otro extremo de la neutralidad está el fanatismo, que es peor. Y aunque mantenía Churchill que “un fanático es alguien que no puede cambiar sus opiniones y que no quiere cambiar de tema”, al final, si no te mojas, puedes acabar siendo partícipe de horrores.c