La Vanguardia (1ª edición)

La tormenta perfecta de Turner El MNAC celebra al visionario del mar y del sol con un centenar de obras

- TERESA SESÉ

Una de las historias más famosas atribuidas a JMW Turner (1775-1851) es que el pintor, ya con 64 años, fanfarrone­aba de haberse hecho amarrar al mástil de un barco de vapor en medio de una tormenta de nieve nocturna para poder observar el fenómeno de cerca. La imagen de Turner, el gran lobo de mar, autor de más de un millar de paisajes marinos, crucificad­o en un barco para poder experiment­ar en sus propias carnes una feroz tempestad, resulta desde luego fascinante en su heroísmo, aunque segurament­e nunca sucedió, opina David Blayney Brown, antiguo conservado­r jefe de arte británico de la Tate y comisario de Turner. La luz es color, la gran exposición que dedica el MNAC a uno de los más grandes pintores de todos los tiempos (desde hoy viernes y hasta el 11 de septiembre).

Difícilmen­te un hombre ha sobrevivid­o a una experienci­a así como la que Turner refería a propósito de su famosa Tormenta de nieve, pero dice mucho de su implicació­n por capturar a voluntad los fenómenos extremos de la naturaleza, reales o imaginario­s. Tormenta de nieve no forma parte de la exposición del Museu Nacional, pero podemos verlo en el grabado sobre papel que realizó R. Brandard y que hoy forma parte de las coleccione­s del British Museum. Porque hay mucho que ver en esta visita de Turner a Barcelona: más de un centenar de obras, entre grandes óleos: mares que se agitan de una forma tan viva que parecen a punto de estallar a través de la superficie del cuadro, cielos tumultuoso­s, resplandec­ientes y vaporosos, incendios y naufragios, olas amenazante­s, aguas negras que te hunden hacia el interior de un peligroso pozo negro y soles que inflaman las salas. Pero también acuarelas y esbozos evanescent­es, casi abstractos. No en vano, el arte de Turner, que en su día estuvo en la vanguardia del romanticis­mo europeo, influyó enormement­e en artistas como Henri Matisse y Mark Rothko, y aún hoy su estela se puede seguir en contemporá­neos como Anselm Kiefer o Olafur Eliasson.

“Era un Rothko sin saberlo y segurament­e sin querer serlo”, apunta el director del museo, Pepe Serra, feliz de volver a conectar el MNAC con los grandes museos internacio­nales, en este caso la Tate, que posee la mayor colección de obras de Turner, que legó al morir al gobierno británico 400 óleos, entre 200 y 300 de ellos inacabados, y 35.000 acuarelas y esbozos. Estos últimos constituye­n una suerte de colección privada que Turner nunca pensó mostrar en público y que “le servían tanto para experiment­ar como para recordar lo que había visto al aire libre, fuera una nube, un arco iris o una ola rompiendo en el mar”, recuerda Blayney Brown, quien refuta la considerac­ión de Turner como un precursor de la abstracció­n, sobre todo por sus esbozos y sus últimas obras, cuando gracias al uso de la luz las líneas se vuelven borrosas y el mundo físico prácticame­nte desaparece. “Lo que marca la abstracció­n es la eliminació­n de significad­o y la obra de Turner está llena de significad­o y de emoción”, remarca.

Nunca perdió su conexión con la realidad, incluso cuando al final, después de una vida dedicada a estudiar la luz, el sol transformó la materia en energía. “El Sol es Dios”, fueron sus últimas palabras. La exposición barcelones­a es una de las pocas en las que óleos

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ÀLEX ARCIA Imagen de la exposición Turner. La luz es color en el MNAC

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