La Vanguardia (1ª edición)

De los faraones a la Medusa de Goethe

El Museo del Prado recupera su antigua galería jónica de esculturas con 56 grandes piezas

- JUSTO BARRANCO

y bocetos se muestran juntos en las mismas salas, lo que permite inmiscuirs­e en su mundo, “como si te colaras en su estudio a oscuras”, dice Serra, y seguir paso a paso su proceso creativo. Descubrir, por ejemplo, que una acuarela realizada en Grenoble en 1802 no llegaría al cuadro hasta 1820, o que La caída de una avalancha en los Grisones, de 1810, proviene de unos esbozos que tomó en el verano suizo de 1802, recreando un alud de nieve, que lógicament­e nunca presenció.

También la historia de su vida fue desordenad­a y combina una mezcla prodigiosa de falsedad y autenticid­ad. Hijo de un peluquero y fabricante de pelucas, comenzó a exponer en el establecim­iento familiar cuando tenía diez años. A los catorce ingresó como estudiante en la Royal Academy y firmó su primera exposición recién cumplidos los 21. Excéntrico y malhumorad­o, su madre fue internada en un manicomio y él vivió durante años con su padre mientras era celebrado como el pintor de paisajes y mares más talentoso y célebre de su tiempo. Egocéntric­o y poco generoso en los negocios, odiaba a los hombres casados y él nunca se casó, aunque tuvo muchas amantes y dos hijas. Viajó sin descanso, a menudo poniéndose en peligro físico, para encontrar vistas que valiera la pena pintar, y realizó numerosos dibujos eróticos -algunos de los cuales se conservan en la colección de la Tate-, pero la mayoría fueron destruidos después de su muerte por el crítico y coleccioni­sta John Ruskin, su mayor admirador.c

Hace treinta años que el espacio estaba cerrado y que había servido de almacén donde se apilaban cuadros e incluso como conserjerí­a. Ahora tendrá una función mucho más noble, acorde con la que ya tuvo desde finales del siglo XIX. El Museo del Prado recupera de forma permanente una de sus dos galerías jónicas, la norte, para instalar de nuevo en ella esculturas. En concreto 56, que van desde el antiguo Egipto hasta el barroco tardío y que pertenecie­ron a coleccioni­stas tan sonoros

El sol inflama las salas, que se llenan de mares agitados, incendios, naufragios y cielos tumultuoso­s

“Su obra no es abstracta, está llena de significad­o y de emoción”, señala David Blayney Brown

como la reina Cristina de Suecia. Ya el arquitecto Alejandro Sureda acondicion­ó las dos galerías de la fachada de la primera planta, abiertas al paseo del Prado y articulada­s con el exterior mediante grandes columnas de orden jónico, como salas de escultura entre 1878 y 1881 y hasta 1919.

Entonces, eso sí, eran salas al aire libre y con las paredes, como muestran las imágenes en blanco y negro de época, teñidas probableme­nte de rojo. Hoy los cerramient­os de vidrio separan la galería de la calle, aunque sigue inundada de luz, y está pintada de riguroso blanco. Y si las galerías nacieron en el mundo antiguo en torno a dos ideas fundamenta­les, exhibir la riqueza y, también, la más elevada erudición, en esta recuperada galería hay faraones, emperadore­s como Julio César –al que han colocado al lado de Bruto y frente a Cicerón– y emperatric­es como la todopodero­sa Julia Domna, vasos de durísimo pórfido púrpura, material reservado al mundo imperial, verdaderos museos del peinado a través de los bustos de damas y soberanas, pero también bustos de Homero, Sófocles, Jenofonte e incluso una curiosa escultura en la que el cuerpo, esculpido hacia el año 150, representa a un filósofo epicúreo, pero la cabeza añadida en el XVII ha sido tradiciona­lmente asimilada a Séneca, el mayor de los filósofos estoicos. Fue muy estimada por la reina Cristina de Suecia, cuya colección acabó en manos de Felipe V.

Leticia Azcue, jefa del área de conservaci­ón de escultura y artes decorativa­s del Prado, recuerda que las esculturas provienen “de los Austrias y los Borbones, que entre el XVI y el XVIII adquiriero­n coleccione­s de los más importante­s coleccioni­stas de escultura de la historia”, y no sólo de la reina sueca que abdicó para convertirs­e al catolicism­o, sino también del granadino Diego Hurtado de Mendoza, embajador en Venecia y Roma, cuya colección pasó a manos de Felipe II, o de José Nicolás de Azara, ministro plenipoten­ciario ante la santa sede con Carlos IV, al que dejó parte de su colección de antigüedad­es.

Azcue señala que había una obsesión por reunir personajes célebres de la filosofía, la historia, ejemplos de virtud, con finalidad educativa y moral, y entre las piezas hay incluso una poderosa cabeza de medusa neoclásica, una copia de la Medusa Rondanini, que arrancó elogios encendidos de Goethe: la sola idea de que un trabajo así pudiera ser creado le hacía redoblar su propia humanidad.c

La escritura creativa tiene rango de asignatura universita­ria en muchos países. Con los años, este sector se ha fortalecid­o como un lobby (sobre todo en EE.UU., el Reino Unido y Canadá) con diferentes ideologías conectadas a los dogmas sociales, de género y raciales que definen el presente. En una dimensión menos fanatizada, también perviven los talleres privados de escritura, que conectan con personas que, porque tienen tiempo, curiosidad o vocación, aspiran a dominar algunas verdades sobre el oficio. Pueden ser nociones básicas o, al contrario, el empuje para un conocimien­to que nunca deja de perfeccion­arse y evoluciona­r. Quizá para conectar con este público más allá de la experienci­a presencial, la editorial francesa Le Robert publica cuatro títulos de una nueva colección, Secrets d’escripture, de contenido monotemáti­co. Uno de los autores es el belga Jean-Philippe Toussaint, que convierte su C’est vous l’écrivain (El escritor es usted) en un compendio de reflexione­s sobre el oficio aplicado a su obra. Toussaint fue publicado en castellano (en Anagrama) y en catalán (en La Magrana), pero el éxito de ventas desanimó a los editores. Los que tuvimos la suerte de tratarlo fugazmente nunca olvidaremo­s su manera desballest­ada de andar y de beber: nunca sabías si andaba así porque bebía de aquella manera o si, por el contrario, bebía de aquella manera porque andaba así.

El libro de Toussaint acumula recuerdos, consejos y documentos sobre su manera de entender el oficio. El padre de Toussaint era, además de periodista, escritor de novelas de espías. Toussaint hijo cuenta que su padre tardaba un mes en escribir una novela entera mientras que él tardaba un mes en escribir un párrafo. La anécdota ilustra una reflexión –inteligent­e– sobre la diferencia entre la urgencia y

En las últimas décadas el espacio, dedicado a las esculturas en el XIX, había servido de almacén e incluso de conserjerí­a

La editorial francesa Le Robert inaugura una colección de libros sobre el oficio de escribir

la paciencia como estrategia­s de escritura. También distingue entre manías y rituales, explica la importanci­a de contar con un espacio propio (la habitación, mal traducida, de Virginia Woolf), su relación con los diccionari­os, los ordenadore­s, los editores y los traductore­s. Y al hablar de la importanci­a de documentar­se, recuerda la primera vez que compaginó la escritura de un manuscrito con una conexión a internet: “Me temo que es un regalo envenenado. Es al mismo tiempo una tentación deliciosa pero también un peligro pernicioso, porque me di cuenta de que la abundancia de informació­n induce finalmente a una pereza de la imaginació­n”. Y confirmand­o porque es uno de los grandes narradores actuales, Toussaint recomienda que el escritor tenga siete ojos. Un ojo sobre la palabra. Un ojo sobre la frase. Un ojo sobre el párrafo. Un ojo sobre el fragmento. Un ojo sobre la estructura. Un ojo sobre la intriga. Y un ojo en la nuca para vigilar que nadie entre en la habitación donde estás escribiend­o.

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LonI DUCH La recuperada galería jónica con una musa pensativa en primer plano

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