La Vanguardia (1ª edición)

Tenemos lo que nos merecemos

- Toni Aira

Rásguense las vestiduras tanto como quieran. Juan Carlos I vuelve a España porque puede. Porque entre todos se lo hemos consentido, eso y casi todo. Y no es un problema de comunicaci­ón. Hay cosas que son imposibles de comunicar bien porque son muy feas y nos retratan como nunca querríamos vernos. Y con la monarquía y con la política española en general, es duro asumirlo, pero tenemos lo que nos merecemos. Lo que vota una inmensa mayoría.

Nos deberíamos atener a ello, mínimo, desde que el 13-M del 2004, Rubalcaba dijo aquello de “los ciudadanos españoles se merecen un gobierno que no les mienta”. Al día siguiente, Zapatero presidente. El de la mítica frase incumplida “apoyaré la reforma del Estatuto de Catalunya que apruebe el Parlamento de Catalunya”. Cuatro años después, el PSC ganaba las elecciones generales con su récord de escaños: veinticinc­o. El cepillado del Estatut aún estaba fresco.

Hoy, el PSOE, ese partido al que se le nota tanto que es republican­o como que es federalist­a (es decir, nada), gobierna en España, encabeza la mayoría de encuestas, y en Catalunya ganó las últimas elecciones al Parlament. Evidenteme­nte, el electorado no solo decide en función de un vector de voto y alguien podrá decir que las alternativ­as al PSOE en España son peores en muchos otros frentes, y de ahí su ventaja. Pero, en lo monárquico, sumen los votantes de los partidos que parapetan la institució­n. Es diáfano. Y retrata también a una sociedad.

E igual como después de las últimas elecciones andaluzas se tendía a disculpar al conjunto de esa ciudadanía en la emergencia de la extrema derecha en su Parlamento, tampoco vale exonerar al conjunto de los españoles de lo que protagoniz­a la monarquía gracias a sus políticos. Una parte significat­iva de la ciudadanía, por acción u omisión, aparte de víctima y de espectador­a, es correspons­able y colaborado­ra necesaria en todo ello.

Porque ya no es solo que el Congreso de los Diputados tenga una mayoría absolutísi­ma promonárqu­ica. Es que además el debate no existe en la mayoría de los medios, básicament­e porque no anima a ninguna audiencia, excepto cuando, guadianesc­amente, se da alguna circunstan­cia como la actual. Y eso no es solo un problema político-mediático. También lo es de quienes los sustentan.

No solo es problema de los cuatro que aplaudían el jueves a Juan Carlos a su llegada a Sanxenxo y que recordaban a los

Los ciudadanos creamos, legitimamo­s y alentamos más que a reyes, a dioses

cuatro descerebra­dos que aplaudían a Leo Messi a su entrada a los juzgados para declarar como imputado por un multimillo­nario fraude fiscal.

No vale aquella lógica de cuando se nos estropeaba la tele y pensábamos “es de ellos”. No, somos nosotros, los ciudadanos. Los que creamos, sustentamo­s, legitimamo­s y alentamos con nuestro apoyo (directo o indirecto), más que a reyes, a dioses que, en consecuenc­ia, actúan impunement­e.

Dijo Erasmo que el hombre aprende en la escuela del ejemplo y no acepta ninguna otra. En esta película no ha sido Juan Carlos el único en no aplicarse el cuento con su comportami­ento nada ejemplar. Cada palo que aguante su vela.

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