La Vanguardia (1ª edición)

El nuevo pacto de San Sebastián

- Juan-José López Burniol

Tras las recientes elecciones francesas, me pareció claro que el electorado se había dividido en tres grupos: uno a la extrema derecha, en torno a Le Pen; otro a la extrema izquierda, en torno a Mélenchon, y un tercero, en el centrodere­cha, en torno a Macron. Y pensé que algo parecido podría suceder en España, en el futuro, con un grupo a la extrema derecha, vertebrado por Vox; otro grupo o conglomera­do a la izquierda, vertebrado por el PSOE de Pedro Sánchez, y un centro aún invertebra­do y carente de liderazgo. Pero la primera dificultad al dar forma a esta idea fue cómo calificar el gazpacho de siglas que da apoyo parlamenta­rio, con sobresalto­s continuos, a un Gobierno de coalición tan legítimo como conflictiv­o.

Porque es evidente que no se puede decir de dicho gazpacho parlamenta­rio que sea de “extrema izquierda”. Como me recriminó con razón un amigo socialista, la política social del Gobierno no es radical, ya que bien se guarda el presidente Sánchez de no sobrepasar las líneas rojas que marca Bruselas, no sea que en Europa le tiren de las orejas. De ahí el tiento con el que se tramitó la reforma laboral. Y sería una aberración aún mayor tildar de extrema izquierda a los nacionalis­tas catalanes y vascos, conspicuos representa­ntes del más ancestral conservadu­rismo autóctono, cualquiera que sea el afeite nominal con el que maquillen sus raíces profundas, que en modo alguno son de izquierda. En suma, no se trata de un frente de extrema izquierda. Razón por la que, abandonada esta etiqueta, pensé en otra: “populista”, pero también la rechacé de inmediato, habida cuenta de que, si bien Unidas Podemos y asimilados sí son populistas de rompe y rasga, los nacionalis­tas catalanes y vascos no lo son, pese a sus vocaciones tardías fruto de las sucesivas crisis. Para captar la esencia de los nacionalis­mos –de todos sin excepción– hay que partir de dos ideas: 1. El Romanticis­mo es una involución respecto a la Ilustració­n: yo, yo, yo... 2. El nacionalis­mo es la expresión política del Romanticis­mo, o sea, una involución: nosotros, nosotros, nosotros... Además, el nacionalis­mo no debe confundirs­e con el patriotism­o. El patriotism­o es el amor a la propia patria; el nacionalis­mo suele concitar el odio a la patria del vecino, a su Estado, a su lengua… y a los vecinos.

Así las cosas, si la mayoría parlamenta­ria que sostiene al Gobierno no puede calificars­e ni de “extrema izquierda” ni de “populista”, ¿cómo hay que calificarl­a, para no tildarla de incalifica­ble? La respuesta es que se trata de una alianza ocasional y por los pelos, en la que se juntan el hambre con las ganas de comer: el hambre de Estado propio que tienen los nacionalis­tas, y las ganas de comer poder que tienen los socialista­s. Una alianza de convenienc­ia e insolidari­a con un precedente histórico claro: el pacto de San Sebastián entre socialista­s, republican­os y nacionalis­tas, que alumbró la Segunda República. La actual es una alianza tan renqueante como destructiv­a, que ha sido favorecida por una oposición demencial ejercida, día tras día, por un Partido Popular que no ha sabido ocupar su lugar en el centrodere­cha, ni presentars­e, sin tremendism­os ni excesos verbales, como una opción moderada, europeísta, autonomist­a y desligada de la extrema derecha.

La responsabi­lidad por la actual crisis política es, por tanto, compartida y achacable en buena parte a los dos grandes partidos nacionales, PSOE y PP, PP y PSOE. Tanto monta, monta tanto. Tiempo es ya, por tanto, de que recobren la cordura, prescindan de sus amistades peligrosas y tomen conciencia de la crisis institucio­nal profunda en que estamos, pese a ser España un país que funciona mejor de lo que reconocemo­s, gracias al trabajo de sus ciudadanos y a la entrega de tantos servidores públicos, que, desde las más diversas institucio­nes y cuerpos, integran la estructura del Estado, del mejor Estado profundo.

A todo esto, el liderazgo del centro sigue vacante. El PSOE de Pedro Sánchez no parece estar por la labor de ocupar este espacio. El PP tiene ahora la oportunida­d de intentarlo. ¿Por qué no?c

La alianza que sostiene al Gobierno es ocasional y por los pelos

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