No acabo de ver la necesidad de que Juan Carlos I haga una sesión maoísta de reeducación
sentido de Estado. Hay mucho postureo entre tanto indignado...
En contra de la unanimidad internacional sobre el éxito de la transición, los mismos que se ponen exquisitos ahora para desprestigiar el –algunos con argumentos muy pobres: equiparan una monarquía constitucional a un cortijo familiar o a un anacronismo antidemocrático, como bien vemos en Suecia, Bélgica, Gran Bretaña o Japón– utilizan a Juan Carlos I y a Pujol –de edades avanzadas– para sus estrategias electorales, cainitas, por cierto.
No veo la utilidad de someter a Juan Carlos I a una humillante confesión pública o a una sesión maoísta de reeducación, como tampoco las exige la vida plácida de Jordi Pujol en Barcelona. ¿Acaso no abdicó en su día? ¿Somos los periodistas, cada vez menos independientes, los jueces modélicos de la nueva España? ¿Tan ideal es nuestro presente para derrochar energías sobre dos jubilados que mejoraron España?
Me carga, lo admito, esa hipocresía de quienes son capaces de atizar a uno y exonerar al otro. Además, hablemos claro, gozan de un afecto popular –en la intimidad, eso sí– que puede ser inexplicable pero es genuino. Hoy, como en 1978: mirar adelante.c