La Vanguardia (1ª edición)

La pandemia agravó sus situacione­s y ahora confían en que los turistas traigan tiempos mejores

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inquietant­e–, y en un día normal 30, quizás 40... pero estuve dos años ganando muy poco, nada, sin turistas, en invierno y en verano, y ahora la cosa está mejorando... ¡este verano será bueno!”. Saki también cuenta que llegó a Barcelona hace siete años, y que nunca se buscó la vida de otra manera, que en invierno recorre las calles del Gòtic cargado de latas de cerveza, que vive en un piso de la Barcelonet­a con seis hombres.

“Pues me pongo en un lado de la calle y los preparo, en un momento, de seis en seis, los mojitos, y a unos se los vendo a cinco euros y a otros a tres, según. Los españoles siempre regatean”. A cada rato Saki entrega su recaudació­n a otra persona, para no llevarla encima, por si aparece la policía. Pese a ello subraya que no forma parte de ningún grupo organizado, que cada uno hace lo que quiere. “No tengo documentos. No puedo encontrar otro trabajo ¡y la policía me ha puesto tantas multas que nunca los tendré! un montón de 60 euros... Pero es un buen trabajo, vender mojitos, a pesar de que tienes que andar muchas horas sobre la arena seca, bajo el sol, pero vengo cuando quiero y me pongo donde quiero, y la policía aquí es buena y amable, solo pone multas, en otros sitios...”.

En realidad no hay más gente vendiendo mojitos en estas playas por motivos religiosos. A muchos musulmanes les incomoda muchísimo la idea de vender alcohol. Si sus padres se enteraran sería muy vergonzoso. “Mire, alguna vez bebo una cerveza –confiesa Mohamed, de 50 años, también paquistaní, mientras extiende un montón de pareos sobre la plaza del Mar, mientras los sujeta con

Ahmed.

Mirza.

Abdul. nunca pedí limosna. Yo trato a todo el mundo con respeto. Dios provee, siempre lo hace”.

Y en la base de esta pirámide está Ahmed, escultor de arena, marroquí, de 40 años. “Está bien –dice–... ahora la gente vuelve a dejar monedas, el año pasado fue horrible, ahora algunos sábados puedo sacarme 20 euros, pero otros días apenas consigo unas monedas oscuras ¡o nada!”. Sumando, lo justo para comer. Ahmed también cuenta que duerme en la calle, en un rincón de la Barcelonet­a donde esconde unas cuantas mantas y piezas de ropa... que durmiendo en la playa la humedad se te mete en los huesos, incluso en verano. Además, en la playa, de madrugada, es más fácil que unos cuantos borrachos la tomen contigo.

“Vivía en Brujas, en Bélgica, hasta hace tres años, de cocinero. Pero un día me llamaban y otro no, y quise encontrar algo mejor ¡siempre me gustó Barcelona! Esperaba otra cosa... Pero conocí a buena gente en la playa que me enseñaron a esculpir la arena. Yo no sabía nada y empecé como ayudante, y luego hice mis propias esculturas”. La temporada barcelones­a, sin embargo, es muy corta.

“Estos días la policía aún me deja, pero en unos pocos, cuando haya más gente, me pondrá problemas, me dirá que en la playa no puedo estar. Así que me iré a Roses. Hay que acercarse a Francia, saltarse la Costa Brava, que tiene demasiadas piedras, para encontrar arena buena. Además, en Roses hay muchas familias, estás tranquilo, y luego volveré a Barcelona, en octubre. En realidad no tengo mejor sitio a dónde ir”.c

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ANA JIMÉNEZ
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ANA JIMÉNEZ

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