Chipre, el PKK y la UE también forman parte de la lista turca de agravios
do la inflación galopante del país.
Las contradicciones turcas son evidentes, y no es la menor querer formar parte del programa del caza estadounidense F-35 y a la vez haber adquirido las baterías rusas S-400 diseñadas para derribarlo. El posible término medio sería la luz verde de Washington a su adquisición de cazas F-16, ahora obstruida en el Congreso.
Erdogan no puede permitirse salir de este embrollo con las manos vacías. Pero falta más de un año para las elecciones, por lo que se trata de algo más que una argucia electoral. De hecho, este no es un asunto ideológico para su partido –que agita su propia lista de agravios– sino un asunto de Estado. Tanto el desafío armado del PKK como el de los cofrades de Fethullah Gülen, condenados por golpismo, son percibidos como peligros existenciales por una mayoría de los turcos.
El menú de agravios consta de muchos platos, pero no todos pueden sen cocinados en este preciso momento. En Turquía molesta, por ejemplo, que la Francia de Macron haya suscrito un tratado de defensa mutua con
Grecia. Cuando Turquía y Grecia no se ponen de acuerdo sobre el límite de sus aguas territoriales y Erdogan hasta lamenta en público que Atatürk cediera demasiadas islas. Este asunto se ha visto envenenado en los últimos años por el hallazgo de yacimientos submarinos de gas en los alrededores de Chipre y las disputas acerca de su prospección y explotación. Porque la verdadera isla de la discordia es Chipre, ocupada militarmente en su tercio nororiental por Turquía y en la que los grecochipriotas priorizaron su entrada en solitario en la UE a un plan de reunificación que entonces tenía el plácet de Ankara. Ahora, aprovechando la marejada internacional, Turquía acaba de lanzar una línea de transbordador entre su provincia de Hatay –junto a la provincia siria rebelde de Idlib– y el norte de Chipre.
Turquía ha dado pruebas de su capacidad de presionar las costuras de Europa con refugiados e inmigración irregular de terceros países. Para Atenas y Bruselas, un chantaje. Para el Gobierno de Ankara –y no digamos para la oposición, que cabalga sobre una creciente xenofobia–, apenas un botón de muestra de los cuatro millones de refugiados en su territorio, producto de una empresa compartida como era el intento de cambio de régimen en Siria.
Turquía exige, además, “modernizar” su muy ventajoso tratado aduanero con la UE. Aquí Turquía, que aplica aranceles estratosféricos a China o India, también aspira a lo mejor de ambos mundos. Pero el salario mínimo turco –que en diciembre pasado se acercó peligrosamente al de Bangladesh, antes de ser aumentado en un 50% de un plumazo– inquieta a los sindicatos europeos. Además, la UE no está preparada, dicen, para que su país más poblado sea un país musulmán. Un país que hace menos de dos años alfombró el suelo de Santa Sofía para reconvertirla en mezquita.
El menú de agravios consta de entremeses, primeros, plato fuerte, postres y café turco. Pero la tranquilidad del presidente Joe Biden delata que la despensa de la OTAN cuenta con lo necesario.c