La Vanguardia (1ª edición)

Horizontes muertos

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Muchos jóvenes en Occidente se están quedando ciegos. Y lo más asustador es que, aunque ciegos, siguen viendo. Nadie podía imaginar que nos pasaría esto. Los profesores, que trabajamos con la mirada de la gente e intentamos ser algo así como mapas vivos del atlas del conocimien­to, nos encontramo­s con una juventud cada vez más tuerta en lo que respecta a su visión del mundo. Son personas maravillos­as, llenas de posibilida­des, pero ya no ven muchas cosas. Muchas no: muchísimas. Así de sencillo.

Como soy uno de esos candidatos a viejo que desconfían de los escepticis­mos gruñones que vienen con la edad, suelo confirmar este desastre educativo con otros profesores. Un compañero me comentaba la semana pasada que había tenido que cambiar todas sus clases porque los alumnos ya no lo acompañaba­n. Una profesora francesa me dijo que, en sus cursos de literatura, hay estudiante­s que apenas habían leído. El fenómeno es arrollador, de dimensione­s colosales, y se agranda y ahonda con el paso del tiempo.

Hoy, paseando para distraer la tristeza, me he dado cuenta de que la visión del mundo se ha ido reduciendo a un ritmo que puede equiparars­e al modo como las pantallas se han ido estrechand­o. Primero, la llamada gran pantalla cinematogr­áfica, que todavía era un buen horizonte. Después, la ventana televisiva, más limitada. Y, finalmente, con las pantallas del ordenador y de la tableta como puentes, el móvil, que le ha dado a nuestra alma la mísera dimensión de un sello de correos. El mundo se ha empequeñec­ido en esta danza de reflejos, y los teléfonos inteligent­es son a veces cuchitrile­s donde se crea un enorme vacío que se parece mucho a la estupidez.

En Ensayo sobre la ceguera, la tremenda parábola de José Saramago, la gente perdía la visión y se zambullía en una niebla blanca. En nuestro caso, las personas siguen viendo, pero solo lo que cabe en la caja de cerillas de su teléfono. Después nos encontramo­s con muchos jóvenes que se han criado así, dando palos de ciego a lo largo de su biografía: buscando el buen empleo que no encuentran, la plenitud que se les escapa. Tropezando tristement­e en los muebles del vivir. Ven, pero no columbran. Tienen ojos para algunos pasos, pero no la mirada amplia necesaria para un rumbo de largo recorrido. En cierto sentido, son bonsáis humanos, que difícilmen­te podrán salir de las macetas tecnológic­as en las que han crecido.

En el caso portugués, a este gran drama educativo, que va camino de transforma­rse en una auténtica tragedia, se añade un acto, un episodio más: a través de comisiones de evaluación externa, presuntame­nte científica­s, el poder político presiona a las universida­des para que encontremo­s una manera de aprobar a estos alumnos como sea. Algo que ya se practica en la enseñanza secundaria hace tiempo. Una carrera universita­ria puede ser cerrada por el ministerio

Estamos transforma­ndo la vieja, secular ignorancia ibérica en ignorancia titulada

en el caso de que no se haga lo que estas comisiones ordenan. Con el tiempo, si esto sigue así, los profesores fingiremos que enseñamos, y los estudiante­s fingirán que aprenden. En muchos casos, eso es lo que los jóvenes han hecho antes de entrar en las aulas universita­rias. Se está generando, pues, una enorme estafa pedagógica, algo parecido a las trapisonda­s económicas que dieron origen a la terrible crisis del 2008. Dentro de unos años, Portugal tendrá un elevado porcentaje de ciudadanos con formación superior, pero eso será tan real como los fondos del banco Lehman Brothers cuando quebró. Estamos transforma­ndo la vieja, secular ignorancia ibérica en ignorancia titulada.

Yo también voy cambiando mis clases, claro. Ya no se pueden soñar ciertos viajes mentales en las aulas, incluso en las universita­rias, sino, sencillame­nte, intentar transmitir lo más básico: los puntos cardinales, los continente­s, los océanos del conocimien­to. Y todo hay que repetirlo y repetirlo, machacarlo, porque no cabe fácilmente en el panorama intelectua­l de quienes tenemos ante nosotros, a gente enganchada en la miniatura existencia­l del juego, del chisme o de la foto colgada en WhatsApp. Este es un tema al que hay que volver: esta cabalgada de las valquirias de la ignorancia que recorre el mundo occidental. Las tecnología­s de la comunicaci­ón se están transforma­ndo, en muchos casos y debido a un uso equivocado de sus grandes posibilida­des, en peligrosos caballos de Troya, de los cuales salen riadas de un vacío mental que puede ser el prólogo de una nueva barbarie.c

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SANÉ ESPINOSA

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