La Vanguardia (1ª edición)

Última oportunida­d contra el dolor más atroz

Operación robótica pionera a un paciente de cefalea en racimos

- ANT N Barcelo a T A

“Había mejorado un tiempo, pero al final vuelve el infierno. Parece que te estén quemando un ojo y te lo estén intentando sacar. Y te duele la boca, la cabeza, las cervicales, la nariz, te duele todo a la vez. Es insoportab­le. Y si alguien te quiere ayudar, lo rechazas, le hablas mal sin querer”. El pasado 8 de marzo, en vísperas de pasar por el quirófano para recibir la última oportunida­d de tratamient­o posible, Alberto Herrero (Badalona, 1987) describía así los síntomas de la cefalea en racimos, causante de un dolor atroz. “No es extraño que le llamen dolor de cabeza suicida o cefalea suicida, porque es insoportab­le y deseas acabar con todo”, decía.

La cefalea en racimos es poco prevalente. Afecta a menos de uno de cada 1.000 adultos y existen diversas terapias para intentar gobernarla, pero todas fracasaron en el caso de Herrero, que sufre desde los 17 años, cuando pensó que era un dolor de muelas. “En el tratamient­o de esta enfermedad la casa se empieza por los cimientos”, explica Gloria Villalba, coordinado­ra de neurocirug­ía del hospital del Mar. “Llevamos

años con todos los tratamient­os de fármacos posibles (corticoide­s, litio), infiltraci­ones (de bótox) y después una cirugía sencilla que funcionó durante algún tiempo. Otra cirugía de estimulaci­ón del nervio occipital funcionó durante cuatro años...”. Herrero agotó un arsenal terapéutic­o, pero el infierno seguía allí, como les ocurre a entre un 10% y un 20% de los afectados.

Solo quedaba una cirugía de estimulaci­ón cerebral profunda. No es una técnica nueva, pero en todo el mundo se ha aplicado a la cefalea en racimos en menos de un centenar de casos. “Decidimos poner en marcha esto. Es lo último. Después de esto no hay nada más”, indica Villalba. Además, por primera vez en España la intervenci­ón se desarrolló con el concurso de un brazo robótico.

El 9 de marzo, Herrero entraba en un quirófano del hospital del Mar para someterse a una operación de alta complejida­d y precisión milimétric­a. Bajo la dirección de Villalba le practicaro­n un orificio en el lado derecho del cráneo, donde tiene el dolor, y, con referencia­s por imagen y coordenada­s, le introdujer­on un electrodo en un punto concreto del hipotálamo. De la precisión depende el éxito del tratamient­o. A continuaci­ón se instaló un cable subcutáneo que desciende por el cuello hasta el abdomen, donde se implantó la batería. “Lo que hace el electrodo es modular las conexiones que tiene el hipotálamo con otras zonas del cerebro para normalizar la función cerebral”, precisa la doctora.

El 80% de los pacientes ha experiment­ado mejora. Tres meses después, Alberto Herrero se aferra a esta estadístic­a. Antes sufría dos o tres crisis al día. Ahora tiene menos y son de menor intensidad. Pero seguirá de por vida con la invalidez absoluta que le concediero­n hace dos años. “Mi vida era: me cogían en un trabajo porque tenía una discapacid­ad parcial, me daba una crisis de dolor y a la siguiente me echaban. Pueden durar desde diez minutos hasta tres horas. He trabajado en muchos sitios, a peración

“Te duele la boca, la cabeza, las cervicales, la nariz, te duele todo a la vez; es insoportab­le”, dice el paciente

La cirugía de estimulaci­ón cerebral profunda consiste en implantar un electrodo en el hipotálamo

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IBE EI I

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