La Vanguardia (1ª edición)

La enfermedad no es frecuente, pero entre un 10% y un 20% de los afectados no responde a los tratamient­os

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pero me echaban porque no entendían que me pasara esto”.

En la consulta de la doctora Villalba, Herrero, padre de una niña de 6 años, señala el relieve del cable que circula por su cuello. “Por dónde pasa también es algo que me pregunto yo”, dice. Asegura que, aunque se permite salir más, todavía siente nervios al pensar cuándo puede llegar el próximo episodio. En principio seguirá inyectándo­se bótox cada tres meses para bloquear los músculos de la cabeza, y en casa tiene oxígeno y el Imigran (un medicament­o que contrae los vasos sanguíneos del cráneo y alivia los síntomas de la cefalea) que se inyecta cada vez que se reproduce el ahora no tan intensísim­o dolor. Mientras tanto, acude semanalmen­te a la consulta donde la neuróloga va modulando con una tableta, a través de bluetooth, los parámetros de intensidad de estimulaci­ón de los electrodos, subiendo poco a poco hasta que encuentre el punto idóneo.

Herrero espera que el tratamient­o mejore su situación, que le proporcion­e una nueva vida menos dolorosa. “¿Te imaginas? Es mi ilusión, es un sueño”, elucubra. La terapia no aspira a eliminar el dolor, sino a reducir el número y la intensidad de los episodios.

Gloria Villalba participa esta semana en el 15.º Congreso Mundial de la Sociedad Internacio­nal de Neuromodul­ación, que reúne en Barcelona a 1.500 profesiona­les de la salud, científico­s, investigad­ores, ingenieros o desarrolla­dores de dispositiv­os. El simposio se celebra con el lema “Neuromodul­ación: de la teoría científica a la terapia revolucion­aria”. Según Villalba, en cuestión de pocos años pacientes como Alberto Herrero no tendrán que ir a la consulta para ajustar la intensidad de los electrodos. Pronto, afirma, esta operación podrá efectuarse a través de wifi, con el paciente y el médico en cualquier lugar.c

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