La Vanguardia (1ª edición)

Östlund sacude Cannes con una sátira sobre el dinero y la moda

El sueco tiene opciones de ganar su segunda Palma de Oro

- LA CRÓNICA ASTRID MESEGUER Cannes. Enviada especi MARICEL CHAVARRÍA

A la espera de lo que nos depare hoy David Cronenberg con Crimes of the future, el festival de Cannes ya se ha visto sacudido por lo nuevo de Ruben Östlund, otro realizador cuyas películas no pasan precisamen­te desapercib­idas. Ganador de la Palma de Oro hace cinco años por la sobrevalor­ada The square, el sueco tiene serias opciones de volver a triunfar en la Croisette con Triangle of sadness, una divertida y mordaz sátira sobre el mundo de la moda, el dinero, los roles de género y de clase social que levantó una ovación de ocho minutos y alguna que otra salida precipitad­a de la sala ante una secuencia de 15 minutos salpicada por los vómitos de los pasajeros de un crucero de lujo durante una cena con fuerte temporal de por medio.

Ya de entrada el título alude al triángulo de la tristeza, esa arruga del entrecejo que muchos modede los deben disimular con bótox. Dividido en tres episodios, el filme presenta a una pareja de modelos que se enzarza en una acalorada discusión por quién paga la cuenta. Yaya es una famosa influencer, y Carl, un joven muy atractivo que no lleva nada bien ingresar en su nómina menos que su novia.

Los dos son invitados a ese crucero repleto de gente inmensamen­te rica –desde un oligarca ruso hasta un matrimonio inglés que vende armamento– que tiene a un borracho marxista como capitán (Woody Harrelson). “Hace ocho años conocí a mi mujer, que es fotógrafa de moda, y me introdujo en ese mundo, empezamos a hablar mucho de cómo se trata la belleza como un valor de mercado y que esta puede resultar a la vez atractiva y aterradora”, dijo el realizador sobre el origen de esta propuesta que cuenta con un reparto internacio­nal.

La otra película de la sección oficial vino de otro director que ya sabe también lo que es saborear las mieles del éxito en Cannes. Sin embargo, el rumano Cristian Mungiu no estuvo esta vez tan acertado en su denuncia actual de la violencia machista y la xenofobia en R.M.N. como cuando incidía en el aborto ilegal en 4 meses, 3 semanas, 2 días (2007). Ambientada en un pequeño pueblo de Transilvan­ia e inspirada en un suceso real, la historia parte cuando Matthias, un rudo emigrante que abandona su trabajo en Alemania, regresa a su hogar, donde no es bien recibido por su mujer.

La llegada de un grupo de inmigrante­s de Sri Lanka desata una ola de odio en la comunidad. “Somos una especie violenta y necesitamo­s muy poco para ver un enemigo en el otro”, reflexionó el cineasta sobre un relato que desafortun­adamente nunca acaba de desarrolla­r sus tramas.c

A pesar de ser una tarde de canícula agosteña en pleno mayo, el público liceísta se acercó con encomiable militancia hasta el teatro de la Rambla para asistir al hito artístico de la temporada. William Kentridge debutaba con su arte total en este centro de las artes que quiere ser el Gran Teatre, y lo hacía con el célebre montaje de Wozzeck que vio la luz en Salzburgo hace un lustro.

La obra expresioni­sta que con inclasific­able modernidad compuso Alban Berg entre 1914 y 1922, los años de la Gran Guerra, basándose en la obra teatral homónima de Georg Büchner, le servía al artista de Johannesbu­rgo para reflejar tanto en el set –un abigarrado conjunto de maderas destartala­das y rampas inestables– como con sus clásicas películas de animación y bocetos al carbón proyectado­s sobre el escenario, ese mundo de destrucció­n y carnicería industrial­izada ya bien conocido.

No es el tipo de placer que uno anda buscando en el Liceu en una tarde de verano. Pero su estética desoladora no refleja más que honestidad. Kentridge no puede ser más sincero mostrando a los personajes al límite: ni siquiera los glorifica. ¿Qué difeque el público había dedicado al barítono Matthias Goerne, cuya proporción vocal fue digna de un experto en lieder, y después del calor con que se recibió a la soprano Annemarie Kremer, la ovación al artista sudafrican­o fue del todo certera. Siete minutos de aplausos en total, con un Josep Pons exultante y una orquesta y un coro en sintonía.c

El rumano Cristian Mungiu pincha esta vez con ‘R.M.N’., una disección de la xenofobia en Europa

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STEPHANE MAHE / REUTERS El director sueco gesticula ante la atenta mirada de Woody Harrelson y Charlbi Dean
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. La abigarrada escena emana insegurida­d, miseria y muerte

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