La Vanguardia (1ª edición)

La cuarta victoria de Verstappen en seis GP tuvo esa mezcla de magia y fortuna, y una buena dosis de ayuda

- TONI LÓPEZ JORDÀ

Un rugido humano atronó desde la Orange Zone, once sectores consecutiv­os de gradas de color naranja en la zona del Estadi, donde 5.000 neerlandes­es enloquecid­os celebraron el desfalleci­miento del motor del Ferrari de Charles Leclerc en la vuelta 27. Fue el momentum, el minuto de oro del Gran Premio de España más caliente que se recuerda en los 32 años de Fórmula 1 en el templo del motor de Catalunya. Por la temperatur­a, con el asfalto incandesce­nte a 49º C y 37º C en un ambiente sofocante, y por el estropicio de Ferrari, que abrió la puerta al triunfo y el liderato mundial de Max Verstappen. El campeón ha vuelto a la cima.

No es extraño que el joven neerlandés tenga una estima especial por la capital catalana. Además de seguidor confeso del Barça –el jueves recibía de Sergi Roberto una camiseta con el dorsal número 1–, Verstappen tiene grabada su primera victoria en la F-1 en el Circuit, en Barcelona, como los pilotos se refieren tanto al trazado como al gran premio.

Fue en el 2016, en su primera carrera con Red Bull, recién promociona­do del filial Toro Rosso (preferido a su entonces compañero Carlos Sainz), y aprovechan­do el descalabro entre los Mercedes de Hamilton y Rosberg en la salida. Desde entonces, nadie diferente a Lewis había sido capaz de ganar en Montmeló. Tenía que ser Verstappen quien repitiese.

Como entonces, el triunfo del neerlandés tuvo esa mezcla necesaria de magia y fortuna. De talento pilotando y de regalo por la desgracia ajena. Y de ayuda indispensa­ble del vecino de garaje. Todo eso se conjugó para que Verstappen saliera triunfador de Montmeló cuando el guion inicial del domingo apuntaba a una victoria avasallant­e de Leclerc. Así lo parecía hasta esa vuelta 27, catastrófi­ca para los de Maranello.

Hasta ese momento, Leclerc, intratable todo el fin de semana – primero en los tres entrenamie­ntos y en la parrilla–, dominaba a placer. Tras salvar el acoso de Verstappen en la salida, llegó a acumular 30 segundos sobre el vigente campeón y tenía el triunfo encarrilad­o. Pero uno de esos golpes de teatro imprevisto­s hizo saltar por los aires la fiesta roja. Inesperada­mente, el motor del Ferrari número 16 se fundía y arruinaba la carrera a Leclerc. “¡No, no! ¡Pérdida de potencia!”, aullaba de dolor el monegasco por radio, camino del box para abandonar. George Russell, que había sido hábil en la salida superando a Carlos Sainz, se quedaba en cabeza.

Entonces se precipitó la tormenta perfecta de Red Bull, en otra jugada de equipo para enmarcar. Calzaron los neumáticos blandos a Verstappen para que

En solo tres carreras, Leclerc ha dilapidado 46 puntos de ventaja que tenía en el liderato sobre el neerlandés

pasara al ataque y Checo Pérez se encargó de liquidar al inglés de Mercedes. “Dejádmelo a mí”, dijo el mexicano, que en solo dos vueltas fulminó a Russell al final de recta, mientras el neerlandés llegaba como un avión para reclamar su puesto de mando al fiel escudero. Se lo recordaron por radio y Checo asintió resignado. “No es justo, pero lo haré”, se sacrificab­a Pérez, que en la vuelta 49 levantaba el pie y Verstappen le relevaba en la cabeza de carrera en busca de la victoria.

“Thank you, mate” (gracias, compañero), reconocía el favor el neerlandés, que en las 16 vueltas restantes no tuvo ninguna amenaza que inquietase su cuarta victoria del año, tercera seguida, y, de paso, subía al liderato del Mundial por primera vez este curso.

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