La Vanguardia (1ª edición)

El contrato de Marion Cotillard

- Maricel Chavarría

Cuando las estrellas de cine bajan a la arena, se pone en evidencia su malsana relación con el mundo del lujo y la belleza. Marion Cotillard, por ejemplo, una de las actrices más auténticas del firmamento publicitar­io, se ha visto metida en una paradoja durante su estancia en Madrid, donde está interpreta­ndo el papel de Juana de Arco. Su contrato con la casa Chanel le impide ser fotografia­da por los medios si no ha sido maquillada con sus productos y por profesiona­les de su imperio. Lo cual, extrañamen­te, solo se prevé cuando participa en un evento relacionad­o con el cine o la moda.

Si a la actriz francesa se le ocurre actuar en una ópera del Teatro Real, como es el caso, parece que su equipo no lo computa como evento mainstream y por defecto veta a la prensa gráfica. Ya sucedió hace una década cuando por entonces Cotillard era el rostro de Miss Dior. La intérprete vino a Barcelona a declamar ese mismo papel de Jeanne d’Arc au bûcher, el oratorio de Arthur Honegger, junto a la OBC, pero al encuentro con la prensa acudió sola y no hubo cámaras. “¿Qué problema había con traer fotógrafo, si está usted preciosa?”, se le dijo. Su reacción fue de desconcier­to: de ese tema ella no se encargaba, balbuceó.

En Madrid podría haber pasado lo mismo si el Real no hubiera aguantado el tirón y la propia actriz no hubiera echado el freno. ¿Cómo iba a ser la única ausente en el posado del equipo artístico, incluida La Fura dels Baus? La solución fue tan extravagan­te como hacer volar a alguien desde París para maquillarl­a...

Por suerte, la oscarizada actriz, cuya presencia en España siempre será noticia, tuvo ocasión de mostrarse sin la máscara de su personaje publicitar­io y, tras los aplausos de la noche de estreno, se presentó al copeo del Real con el semblante luminoso y fresco: sandalia plana y un vestido de seda azul, en estampado animal print y corte wrap en évasé.

Al acercarnos a saludarla, Cotillard se libró de su equipo y pudimos comprobar cómo es cuando está feliz... la soltura de sus gestos, el porte caído, el maquillaje natural que no resta luz a su rostro y esas ganas de reír de quien precisa comunicar un poco de su verdad. Un derecho humano como cualquier otro que ningún contrato debería poder conculcar.c

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