La Vanguardia (1ª edición)

De Versalles a Minsk

- Josep M. Colomer

Un crimen de guerra, como la invasión de Ucrania por Putin, no puede justificar­se con ningún valor moral racional. Pero todo puede explicarse (o al menos se puede intentar). Incluso los crímenes extremos de Hitler y el nazismo se pueden explicar, lo cual puede ayudar a entender el conflicto actual. Una de las explicacio­nes más aceptadas del expansioni­smo alemán en la década de 1930 es como respuesta al tratado de Versalles al final de la Primera Guerra Mundial. Los vencedores, especialme­nte Francia con el apoyo de Estados Unidos, condenaron a Alemania como la única responsabl­e y le impusieron pérdidas de territorio y reparacion­es masivas por los daños de guerra. Francia ocupó la región industrial del Ruhr. Las condicione­s del tratado habrían colapsado la economía alemana y, por extensión, la europea, como predijo inmediatam­ente John M. Keynes. El subsiguien­te colapso desencaden­ó una reacción nacionalis­ta que preparó el terreno para el ascenso de Hitler al poder. Alemania completó sus pagos solo 93 años después.

El final de la Segunda Guerra Mundial fue completame­nte diferente. La venganza podría haber sido mucho peor, como lo habían sido esta vez los crímenes alemanes. En los juicios de Nuremberg hubo una limitada rendición de cuentas de los líderes nazis. Pero como Winston Churchill había postulado, en “la victoria, magnanimid­ad”. En contraste con la humillació­n de los años veinte, Alemania fue incorporad­a a la comunidad occidental de democracia­s; Estados Unidos ayudó a reconstrui­r Europa a través del plan Marshall; Francia y Alemania firmaron la paz y lanzaron la construcci­ón de la actual Unión Europea con un destacado papel de líderes democrátic­os alemanes.

Por el contrario, el final de la guerra fría y la derrota y disolución de la Unión Soviética no generaron una magnanimid­ad análoga del ganador, Estados Unidos. Hubo una serie de promesas y propuestas incumplida­s: el secretario de Estado James Baker prometió al presidente Mijaíl Gorbachov una Alemania unificada y neutral, sin “ni una pulgada” de expansión de la OTAN. El presidente Bill Clinton prometió al presidente Borís Yeltsin no instalar tropas y misiles “prematuram­ente” en los antiguos aliados soviéticos del Pacto de Varsovia que fueran aceptados en la OTAN. El presidente George W. Bush abrió la puerta de la OTAN a antiguos miembros de la Unión Soviética, especialme­nte a Ucrania y Georgia.

Al mismo tiempo, se perdieron varias oportunida­des de crear una amplia alianza de seguridad para la paz entre Occidente y Rusia. El último intento de compromiso pacífico fueron los acuerdos de Minsk entre Rusia, por un lado, y Alemania, Francia y la Organizaci­ón para la Seguridad y la Cooperació­n en Europa, por otro, sin Estados Unidos. El plan consistía en descentral­izar Ucrania y poner fin al conflicto étnico en el Donbass. Ucrania pudo haber sido federal hacia adentro y neutral hacia afuera. Pero los acuerdos nunca se aplicaron. Estos días, la excancille­r Angela Merkel ha rechazado valienteme­nte arrepentir­se del esfuerzo tras recibir críticas ucrónicas.

Si hace treinta años hubiera habido más del espíritu de Minsk y menos de Versalles, el mundo actual habría sido mejor, más cooperativ­o y pacífico.c

Ucrania pudo haber sido federal hacia dentro y neutral hacia fuera

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