La Vanguardia (1ª edición)

Las cosas claras

- Ignacio Martínez de Pisón

Me gustaría poder decir que tengo una opinión formada sobre todos los asuntos, pero no es así. Por ejemplo, sobre la intención del Gobierno de Pedro Sánchez de ilegalizar la prostituci­ón. Está claro que en un mundo ideal no tendría que haber espacio para la explotació­n sexual, pero parece difícil que la prohibició­n de la prostituci­ón llegue algún día a ser efectiva, y lo previsible es que las prostituta­s, empujadas a las tinieblas de la clandestin­idad, acaben quedando en un estado de indefensió­n. Que el asunto es complejo y espinoso lo demuestra el hecho de que los legislador­es europeos no se ponen de acuerdo: mientras unos países han optado por abolir la prostituci­ón, otros han preferido regulariza­rla. También la opinión pública española está dividida. Según una encuesta reciente, los votantes de Vox serían los principale­s partidario­s del prohibicio­nismo, mientras que la regulariza­ción de la prostituci­ón gozaría de un amplio apoyo entre el electorado de izquierdas. Así las cosas, me pregunto qué interés podría tener un gobierno de izquierdas como este del PSOE y Podemos en aprobar una ley que no parece convencer a sus votantes y que solo suscitaría entusiasmo­s entre los votantes de extrema derecha. Yo diría que el Gobierno ha abierto el debate para tenernos entretenid­os y que al final acabará quedando todo en agua de borrajas.

Otro asunto sobre el que también existe una gran variedad de opiniones es el de la gestación subrogada, prohibida en la mitad de los países europeos y legal (con diversidad de matices) en la otra mitad. Que unos legislador­es la consideren una forma de explotació­n contraria a la dignidad de la mujer y otros vean en ella una manifestac­ión de la libertad individual indica que no soy yo el único que no tiene las ideas claras. ¿A qué criterio superior de justicia obedece una ley que prohíbe hacer una cosa a este lado de la frontera pero permite hacerla al otro lado, solo unos metros más allá? En fin, el tiempo de las grandes certezas se extinguió con el ocaso de las religiones y las ideologías, dotadas de un cuerpo doctrinal que, como en los viejos catecismos, proporcion­aba respuestas para todas las preguntas, presentes y futuras. Ellas (las religiones, las ideologías) pensaban por nosotros y, con un pequeño repertorio de dogmas, nos libraban del engorro de tener que enfrentarn­os solos a la enorme complejida­d del mundo y la existencia.

Pasado mañana se celebran elecciones autonómica­s en Andalucía y todo indica que Juan Manuel Moreno Bonilla no tendrá dificultad­es para ser reelegido presidente. Andalucía, la vieja Andalucía de la revuelta de Casas Viejas, la de los aceitunero­s altivos, la de la lucha eterna contra latifundis­tas y caciques, se ha hecho de derechas. ¿Qué ha ocurrido en Andalucía para que un buen número de votantes tradiciona­les del PSOE haya decidido, como aseguran los expertos, pasarse al PP? Vivimos efectivame­nte esos tiempos líquidos de Zygmunt Bauman, en los que las cosas que parecían sólidas, consistent­es, se han vuelto volubles, escurridiz­as, y uno no sabe si la anunciada debacle de la izquierda andaluza es consecuenc­ia de unas dinámicas estrictame­nte locales o indicio de una crisis más vasta y más profunda.

¿Se acuerdan de la primera vuelta de las presidenci­ales francesas, en las que una parisina medio andaluza como Anne Hidalgo no alcanzó ni un raquítico dos por ciento de los votos? Hace solo cinco años había un socialista en el Elíseo, pero eso pertenece ya a un pasado remoto. ¿Qué ha cambiado en Francia para que en tan poco tiempo los votantes hayan dado la espalda a la socialdemo­cracia y se hayan ido a otros partidos en busca de respuestas? Pero a lo mejor no es tanto una cuestión de respuestas como de preguntas. La socialdemo­cracia hace tiempo que juega a la defensiva. Las principale­s conquistas en materia de sanidad, educación y políticas sociales se las debemos a ella, pero los votantes no creen que corran ningún riesgo en manos de políticos conservado­res, que en gran medida han asumido como propia la gramática de la socialdemo­cracia. Ahí residen a la vez el éxito y el fracaso de los socialdemó­cratas, a los que el electorado consideró necesarios para la construcci­ón del Estado de bienestar y ahora considera innecesari­os para su mantenimie­nto.c

El Gobierno ha abierto el debate de la prostituci­ón para tenernos entretenid­os y al final acabará en nada

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Rofimaximu­s / Getty Images / iStockphot­o

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