La Vanguardia (1ª edición)

No llorar...

- Josep Oliver Alonso

Supresión de peajes, final (provisiona­l) de la covid, buen tiempo e imprevisió­n de las autoridade­s: un cóctel que se ha confabulad­o para ofrecernos lamentable­s espectácul­os de colapso circulator­io. Muchos son los culpables y diversos los errores. De entre ellos, quisiera destacar los que, de no resolverse, nos condenan a vivir continuame­nte en esa situación. Se trata de las opciones, políticas por descontado, sobre el papel del transporte de mercancías y viajeros por ferrocarri­l o carretera.

Para entender sus efectos, hay que comenzar con los cambios operados en la producción y distribuci­ón al por mayor. Hace unas décadas, la gestión de stocks (su reducción a niveles prácticame­nte nulos) hizo emerger el just in time y su corolario: los stocks no se acumulan porque circulan por las arterias de comunicaci­ón del país. A estas transforma­ciones hay que añadir las nuevas generadas por la irrupción de internet y los cambios en la distribuci­ón minorista.

En España, esas modificaci­ones se han dado de bruces con el ridículo peso del ferrocarri­l en el transporte de mercancías. Así, en porcentaje de las transporta­das en el interior, la vía férrea aporta un 18%-19% en la UE-27, mientras en España alcanza un escaso 5%. Un peso que es mucho menor de lo que parece: dado un nulo transporte fluvial aquí, frente al 7% de la UE, mayor debería ser el papel del ferrocarri­l. ¿Resultado? España transporta más del 95% de sus mercancías por carretera, casi 20 puntos por encima del 77% de la UE.

Sumen a lo anterior la desatenció­n del transporte de viajeros regional o de cercanías, con lo que una parte de esa demanda insatisfec­ha se desplaza, de forma obligada, a la carretera. La otra cara de la moneda de esa falta de atención ha sido la enorme inversión en alta velocidad: somos el segundo país del mundo en kilómetros de AVE, solo superados por China. ¿Cercanías y transporte regional estaban, o están, tan bien dotados como para permitirno­s la frivolidad de gran parte de las líneas de AVE?

En plena resaca de la crisis financiera de 2008-2012, y frente al papel de los excesos de endeudamie­nto de los 2000 en su génesis, apreciados colegas solían argumentar que no se puede llorar por la leche derramada. Cierto. Aunque, como toda verdad parcial, es una gran

El lamentable colapso circulator­io obedece al final de los peajes y al escaso peso del tren

mentira: si no queremos repetir los mismos errores, hay que aprender de lo sucedido. Y la lección es clara: los colapsos de estas semanas responden a la interacció­n de cambios productivo­s y de demanda, sobre un trasfondo de menoscabo del transporte ferroviari­o, de mercancías y de pasajeros, regional o de cercanías. Sobre los primeros, nada se puede hacer; sobre el menospreci­o al ferrocarri­l, más modesto y menos lustroso, sí. ¿No se puede llorar por la leche derramada? Quizás no. Pero si no corregimos esos errores, no lloremos cuando los atascos nos bloqueen. Con esa herencia, están aquí para quedarse.

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