La Vanguardia (1ª edición)

El último servicio de la extinta UCD

- Juan-José López Burniol

Decía Leopoldo Calvo-Sotelo que el adjetivo extinta, un tanto demodé, sólo lo utilizan los periodista­s para referirse a la Unión de Centro Democrátic­o (UDC). Quizá, digo yo, para recrearse en la desaparici­ón de este partido de centro y moderado, cuyo final fue auspiciado por muchos, a derecha e izquierda, y ejecutado con premeditac­ión y alevosía desde dentro.

Ahora, cuando campan a sus anchas en todos los medios los detractore­s exquisitos y puros de la transición, recordar este partido parece una excentrici­dad. Pero a mí, que lo voté siempre, me apetece rememorar que UCD contribuyó decisivame­nte, desde el centro político, a los pactos de la Moncloa, a la promulgaci­ón de la Constituci­ón, a la reforma fiscal, a la seculariza­ción del derecho de familia y a la entrada de España en la OTAN. En cinco años. Fue un milagro… fruto del miedo, del miedo cerval que la inmensa mayoría de los españoles teníamos entonces a recaer en la vesánica tragedia de la Guerra Civil. Por eso, cuarenta años después, deseo refrescar algunos datos sobre el azaroso ingreso de España en la OTAN.

Escribe Calvo-Sotelo que la transición planteaba dos grandes cuestiones: una interior, la devolución de las libertades formales, y otra exterior, la instalació­n de España en su lugar dentro de la comunidad internacio­nal. Parecía más fácil el frente exterior que el interior, pero, a la hora de la verdad, fue al revés: la agenda internacio­nal se complicó por el peso que tienen los intereses nacionales en la política internacio­nal. Sin embargo, no fueron solo estos intereses (especialme­nte franceses) los que pusieron trabas. Dentro de España y por lo que hace al ingreso en la OTAN, se desató la polémica a partir del 18 de febrero de 1981, cuando el presidente Calvo-Sotelo anunció, durante su investidur­a, su propósito de ingresar España en la OTAN. Y siguió la oposición después de que el Congreso votase a favor del ingreso por 186 votos frente 146. Los socialista­s, cuyo lema había sido “OTAN, de entrada, no”, al llegar al poder en 1982, decidieron congelar la entrada efectiva hasta 1986, tras el referéndum que convocaron para enmascarar su cambio de criterio.

No siempre había sido así. El PSOE del exilio, fiel a Indalecio Prieto, estuvo sin ambages a favor de la OTAN, que era una alianza de países democrátic­os, a la que España no podía acceder por no serlo. Pero Willy Brandt, Bruno Kreisky y Olof Palme escoraron luego la Internacio­nal Socialista hacia la neutralida­d, y el PSOE, dócil a la Internacio­nal y segurament­e también por un impulso español atávico, fue haciéndose también antiatlant­ista (léase antiameric­ano) por los años 70. El 13.º congreso del PSOE en Suresnes, que eligió secretario general a Felipe González, se declaró “hostil a la existencia de bloques militares”, y en este mismo sentido se pronunciar­on los congresos celebrados en 1976, 1979 y 1981. Lo que no tiene nada de raro, porque Felipe González y Alfonso Guerra habían ido a Moscú en 1977, y suscribier­on allí una declaració­n conjunta con el Partido Comunista de la Unión Soviética por la que el PSOE se comprometi­ó a no modificar el equilibrio entre bloques, es decir, a no entrar en la OTAN.

Tras acceder al poder, González pasó –al decir de Calvo-Sotelo– de la “ética de la convicción” a la “ética de la responsabi­lidad”. E hizo juegos malabares con el referéndum para cambiar de criterio sin “perder la cara”. Tanto, que sorprendió, en 1987, a un periodista de The Washington Post por el “mucho énfasis –que ponía– en la colaboraci­ón que su Gobierno ha dado a la solidarida­d occidental, consiguien­do que un electorado reluctante apoyara en referéndum la permanenci­a de España en la Alianza”. Pero no solo los socialista­s hicieron un papelón. Las derechas no fueron mejores. La proatlanti­sta Alianza Popular decidió abstenerse, y CiU y el PNV dieron libertad de voto a sus electores.

Pasa el tiempo y el olvido lo cubre todo. Pero vale la pena recuperar la memoria de un partido de centro y moderado –la extinta UCD–, que, además de muchas otras aportacion­es, puso a España en su sitio.c

Vale la pena recuperar la memoria de un partido de centro que puso a España en su sitio

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