La Vanguardia (1ª edición)

La forja de un torero

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Andrés Mazariegos Vázquez, que pronto abandonó el apellido paterno para anunciarse en los carteles, nacido en Villalpand­o (Zamora) y fallecido este 17 de junio en el hospital de benavente en el que estaba internado desde hace varios días, llevaba la dureza en la mirada y en su rostro enjuto.

La dureza de una temprana juventud en la que con el apodo de El Nono recorrió todas las capeas de Castilla, estampas solanescas, blanco y negro en las fotografía­s de maestros como los catalanes oriol Maspons o Ramón Massats. de aquellos años en los que Andrés Vázquez vio caer heridos gravemente o incluso morir a compañeros de sueños de gloria, dejó testimonio la película de José María Forqué Yo he visto la muerte, con el propio torero como protagonis­ta.

En esas polvorient­as capeas se forjó Andrés Vázquez y su carrera , iniciada en 1960 con su debut con picadores en la salmantina plaza de Guijuelo (herido en la boca por un toro de Palha) transitó por la misma senda de dureza e independen­cia hasta su retirada definitiva en 1986.

Con apenas catorce años, Andrés Vázquez se fue a Madrid para trabajar en un mercado y apuntarse a la escuela taurina del matador Saleri II en la plaza de Vista Alegre. de allí – decíamos– a las capeas en los pueblos. En la carabanche­lera plaza de Vista Alegre logró varios triunfos en el año 1961 lo que le supuso debutar en Las Ventas, cortando una oreja y acabar la temporada con veinticinc­o festejos y su nombre ya en boca de la afición. Por eso a nadie extrañó que la alternativ­a llegara en el San Isidro de 1963, con toros de benitez Cubero y de manos de Gregorio Sánchez. Cortó dos orejas y fue su primera salida a hombros en Las Ventas. Vendrían nueve más, el cuarto con más veces, nada menos que tras El Viti, Antonio bienvenida y Paco Camino. A partir de ahí se sucedieron los contratos, los triunfos y también las cornadas, al tiempo que su toreo iba evoluciona­ndo (como referentes, Juan belmonte y domingo ortega) para decantarse en el dominio y la naturalida­d, cualidad que distinguía a su amigo Antonio bienvenida.

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