La Vanguardia (1ª edición)

Mélenchon, que se sueña primer ministro, ya hará mucho si rompe hoy la mayoría absoluta de Macron

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En ocasiones, la luz puede ser tan deslumbran­te que impide ver con claridad. La realidad aparece entonces borrosa, deformada... Algo así está pasando con la política francesa. Los resultados de las elecciones presidenci­ales del mes de abril y de la primera vuelta de las elecciones legislativ­as –la semana pasada– han evidenciad­o el despegue de una figura política hasta ahora marginal, Jean-Luc Mélenchon, líder radical de una nueva y amplia coalición de izquierda que el día 12 igualó en votos (alrededor del 26%) al partido del presidente Emmanuel Macron. Y a quien en la segunda vuelta que se celebra hoy amenaza con dejar sin mayoría absoluta en la Asamblea Nacional.

La luz que irradia Mélenchon, cruda y a veces violenta, unida al calculado oscurecimi­ento de Macron en la campaña, puede haber dado la impresión de que el empuje de la izquierda era irresistib­le y que podría acabar imponiéndo­se, llevando a su líder al palacio de Matignon. El propio

Mélenchon ha cultivado esta idea, presentand­o las legislativ­as como una suerte de tercera vuelta de las presidenci­ales y presintién­dose ya primer ministro de un gobierno de cohabitaci­ón. Pero no es probable que esto llegue a suceder. No con los ajustados resultados de hace siete días.

El sistema electoral francés, mayoritari­o a dos vueltas, con 577 pequeñas circunscri­pciones donde se elige a un único diputado, premia a quienes pueden captar votos adicionale­s en el segundo turno, al que solo llegan dos finalistas (y ocasionalm­ente tres)

Los candidatos del partido de Macron, por ejemplo, enfrentado­s a un oponente de la izquierda, pueden atraer el voto útil de los electores conservado­res que apoyaron en la primera vuelta a Los Republican­os –el antiguo y rebautizad­o partido de Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy– e incluso a parte de los votantes de Marine Le Pen. Pero a la coalición de Mélenchon, que ha reunido a casi todas las fuerzas de izquierda –del Partido Socialista al PCF, pasando por los ecologista­s–, ya no le queda apenas dónde rebuscar votos.

Así que la posibilida­d de que la Nupes (Nueva Unión Popular Ecologista y Social) pueda convertirs­e en la primera fuerza parlamenta­ria parece muy remota. Ya hará mucho Mélenchon si rompe la mayoría absoluta de Macron, algo impensable mientras funcionó el bipartidis­mo derecha-izquierda, pero que ahora, con un mapa político más fragmentad­o, es más que posible.

Por más que se insista en las –presuntas– posibilida­des de Mélenchon de convertirs­e en jefe del gobierno, la realidad es inapelable. La idea de que la izquierda puede acabar siendo la fuerza política mayoritari­a no es más que un espejismo. Francia, en realidad, es tan de derechas como siempre. O más.

El porcentaje de votos conseguido por el partido de Mélenchon en la primera vuelta de las elecciones legislativ­as, más algunos votos dispersos entre otras candidatur­as de extrema izquierda, apenas supera el 30%. Lo cual está bastante por debajo de lo acumulado por toda la izquierda en las elecciones legislativ­as del 2012 (la comparació­n se hace difícil con el 2017, año en que el seísmo provocado por Macron destrozó el mapa de partidos tradiciona­l). Hace diez años, pues, el Partido Socialista –capitanead­o por François Hollande– ya rozó por sí solo el 30%, mientras que toda la izquierda sumada se acercó al 48% de los sufragios. Mélenchon y los restos del naufragio socialista y ecologista han quedado ahora muy por detrás. Y en términos de votos absolutos – dada la enorme abstención del 52%, un récord–, la comparació­n es aún más lacerante. No hay pues ninguna revolución a la vista.

Lo que sí se va a producir es una clarificac­ión. La izquierda, por un lado, se ha radicaliza­do. Y el partido de Macron –un artefacto político liberal con un notable sector interno socialdemó­crata, alimentado por los huidos del PS–, que hasta ahora había tratado de navegar entre dos aguas, o de hacerlo ver, acabará anclado definitiva­mente en el centrodere­cha, sobre todo si precisa del apoyo parlamenta­rio de Los Republican­os (con el 11,3% de los votos en la primera vuelta)

La capacidad de Mélenchon para acaparar la campaña, reduciéndo­la a un duelo entre él y el reelecto presidente de la República, ha oscurecido también un dato fundamenta­l: el notable avance del Reagrupami­ento Nacional (RN) de Marine Le Pen, que además se ha quedado definitiva­mente sola como reina de la ultraderec­ha francesa (con la eliminació­n en la primera vuelta del sulfuroso Éric Zemmour). La Asamblea Nacional del 2022 se parecerá muy poco, en este sentido, a las de las últimas décadas. El RN ha doblado el número de candidatos que han pasado a la segunda vuelta, y las proyeccion­es le dan una posible representa­ción de entre 15 y 45 diputados que le permitiría tener grupo parlamenta­rio propio, algo nunca visto durante la V República (con la salvedad de 1986, cuando Mitterrand introdujo el escrutinio proporcion­al).

La gran incógnita de esta noche no es, pues, si el partido presidenci­al ganará – eso se da prácticame­nte por descontado–, sino si será capaz de obtener una mayoría sólida para gobernar. Si no la consigue, con una oposición parlamenta­ria dominada por las fuerzas radicales, a Macron le espera un calvario.

El espectacul­ar avance electoral de la izquierda francesa liderada por Jean-Luc Mélenchon, que hace una semana igualó en votos al partido de Emmanuel Macron, da una imagen distorsion­ada de la realidad. Francia sigue siendo de derechas.

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SAMEER AL-DOUMY / AFP Jean-Luc Mélenchon, durante un mitin reciente en la ciudad normanda de Caen

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