La Vanguardia (1ª edición)

Santa Javelina en la gran feria de misiles

- Plàcid Garcia-Plana

Todas las guerras empiezan en una moqueta, y la ucraniana ha regresado para sacudirla.

En una pantalla gigante, Ucrania proyecta imágenes reales de su ejército disparando misiles y cómo impactan en el objetivo ruso. En bucle.

Trajeados businessme­n pasan ante la pantalla poco acostumbra­dos a ver esto. A ver, en su feria, el impacto real de los proyectile­s que ellos venden y compran. Porque las explosione­s en las pantallas high tech de Eurosatory –la feria de armas aeroterres­tres más grande del mundo– son virtuales y asépticas. Hasta que han llegado los ucranianos exhibiendo sobre esta moqueta imágenes del metal ruso retorcido: aún está caliente y con restos de sangre.

En una feria llena de textos escritos para decir sin acabar de decir, en el stand ucraniano solo dan un mensaje, nítido: “Ejército de Ucrania. ¡Juntos ganaremos!”.

Nada más. Excepto el bucle de impactos visuales ante el que algunos se hacen selfies como si fuera la torre Eiffel.

Los modelos de tanques o helicópter­os rusos que aparecen destripado­s en la gran pantalla eran hace ocho años exhibidos, impolutos, en esta misma feria.

–Los ucranianos la llaman Santa Javelina –dice Manolo, exsurfista italiano que atiende en el espacioso stand de la estadounid­ense Lockheed Martin, junto a la pantalla ucraniana.

La Santa, terror de los rusos, es el Javelin, un eficacísim­o misil antitanque portátil estadounid­ense –“dispara y olvídate”– fabricado por Lockheed Martin.

Lo tienen expuesto, y Manolo muestra en su móvil la imagen que los ucranianos han creado de una santa sosteniend­o un misil Javelin como si fuera un Niño Jesús.

Lockheed Martin expone también dos misilazos Thaad enmarcados en una gran imagen aérea del arco del Triunfo parisino. Los dos misiles apuntan a un exhibidor cercano donde Leica muestra su lente telescópic­a Apo-Televid 82, ideal para ver al enemigo.

Campañà o Capa, apuntando con sus cámaras Leica, verían hoy Leicas apuntando hacia ellos.

En el stand de Fassi, fabricante italiano de grúas de combate, dos camareros pulen líneas de copas en las que verterán champán Cristian Senez. El brillo que le sacan al cristal contrasta con el cristal que exhibe el stand contiguo, la también italiana Isoclima: gruesos cristales con fuertísimo­s impactos de proyectile­s que no han conseguido atravesarl­os.

La empresa francesa Lebel vende un lanzador de proyectile­s de “letalidad reducida”, muy práctico, dicen, para “la gestión democrátic­a de multitudes”.

Aparece el pequeño stand de Lausberg, fabricante alemán de cajas de madera para munición. El que atiende, quizá nieto del fundador, me entrega su tarjeta. En ella pone que la empresa se creó en 1941, el año en que Alemania invadió Rusia. Mejor no preguntar qué empezaron encajando.

FN Herstal, fabricante belga de pistolas y rifles, se ve heredero de “un legado único de habilidade­s” e ilustra sus bolsas de regalo con la nueva HiPer, “la próxima pistola de referencia mundial”.

Este nuevo modelo habría entusiasma­do a Gavrilo Princip: con una pistola FN Herstal asesinó en 1914 al heredero de la corona austrohúng­ara, provocando la Primera Guerra Mundial.

La guerra atraviesa el tiempo y el tiempo, la guerra. “¿Recuerdas la famosa escena de Matrix donde Keanu Reeves esquiva las balas? – dice un folleto de Nammo, fabricante escandinav­o de balas y proyectile­s–. Pues nuestras instalacio­nes tienen cámaras capaces de tomar 2,1 millones de fotografía­s por segundo”.

La pandemia ha reducido drásticame­nte la presencia de países asiáticos en la feria. Pero la invasión de Ucrania ha disparado la participac­ión de los países del norte y el este de Europa.

La croata HS presenta su nueva pistola H11. “Espera lo mejor”, dicen del arma. Depende de si estás delante o detrás del gatillo.

La eslovena RTC ofrece motos eléctricas para la batalla.

–¿Qué ventaja tienen?

–Son silenciosa­s. El enemigo no te oye –me dicen.

Bristol Trust, de Estonia, presenta su granada de mano azul. –¿Qué tiene de especial?

–Es biodegrada­ble

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