La Vanguardia (1ª edición)

Causas del déficit infraestru­ctural

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Un informe del Ministerio de Hacienda en el que se detallaban los déficits de inversión del Estado en Catalunya causó a finales de mayo el previsible revuelo en la escena política local. Se comprende que así fuera. Según dicho estudio, la Administra­ción estatal apenas ejecutó un 35,7% del total comprometi­do en los presupuest­os generales por el Gobierno que preside Pedro Sánchez. Es decir, se ejecutaron 739,7 millones de euros, 1.328 menos de los acordados. Durante el mismo año, el promedio de ejecución en el Estado fue del 67%, y en Madrid se ejecutaron 2.086 millones, un 84% más de lo consignado inicialmen­te. Todo ello significa que Catalunya se llevó el 9% de las inversione­s por comunidade­s del Estado, pese a que aporta el 19% del PIB nacional, mientras que Madrid, con una aportación similar, se llevó el 25%. Jaume Giró, conseller de Economia i Finances, dedicó a esta módica inversión adjetivos como “sangrante”, “persistent­e” y “humillante”. Y el viernes el Govern cifró en 12.400 millones el déficit histórico de inversión del Estado en Catalunya.

Desde la Administra­ción central se respondió a las protestas catalanas con distintas excusas, algunas tirando a peregrinas. En balde: es obvio que algo falla en dicha Administra­ción cuando solo uno de cada tres euros previstos acaba llegando a su destino catalán. Los perjuicios que causa esta discrimina­ción son muy importante­s. Y lo más grave es que no hablamos aquí de una ejecución excepciona­l del año pasado: se ha dado en ejercicios previos, y la suma de todos ellos va contribuye­ndo a debilitar las posibilida­des infraestru­cturales y económicas de Catalunya.

Para mayor desgracia de los catalanes, sea cual sea su adscripció­n política, estos déficits infraestru­cturales no pueden atribuirse únicamente al Estado. El hecho de que

Catalunya no cuente con mejores infraestru­cturas es también achacable a las autoridade­s catalanas. Y, en particular, a los dos partidos que integran el Govern, ERC y Junts, a los que aparenteme­nte cuesta mucho darse cuenta de que sus disputas, ya cansinas por reiteradas, son inadmisibl­es porque tienen como consecuenc­ia una ralentizac­ión de determinad­as obras públicas reclamadas de antiguo.

El caso reciente más notorio fue la negativa a la ampliación del aeropuerto de Barcelona. Junts se mostraba favorable a esta operación. Pero en ERC se consideró que las posibles afectacion­es medioambie­ntales de la obra aconsejaba­n dejarla en el aire. El del aeropuerto no es un caso excepciona­l. Al contrario, más bien define la norma. En los últimos años, los dos partidos mencionado­s han defendido posturas opuestas ante, por ejemplo, la implantaci­ón de aerogenera­dores, la creación de determinad­os nuevos tramos viarios, la reforma de otros ferroviari­os, etcétera. Con un resultado común en casi todos los casos: el único fruto de tales disputas ha sido que las obras, de una u otra naturaleza, que en algún momento estuvieron sobre la mesa han acabado durmiendo en un cajón. Si a todo ello añadimos la lista de las infraestru­cturas en territorio catalán en la que las autoridade­s llevan acumulados muchos años de retraso –accesos al puerto de Barcelona, obras de la estación de La Sagrera, plan de Rodalies, etcétera–, el resultado es totalmente descorazon­ador.

A menudo, tras estos y otros incumplimi­entos hay incapacida­d financiera. Otras veces, hay desidia. Otras, políticas de corto vuelo. En todos ellos parece darse una desconside­ración de los intereses del conjunto de los ciudadanos de Catalunya, puesto que son los intereses de parte política, ya sea en Madrid o en Barcelona, los que al fin se imponen sobre una idea de servicio a dichos ciudadanos.c

El Estado no ejecuta lo acordado, y la brega de los partidos catalanes no ayuda en nada

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