Vamos de un lado a otro, movidos por una manía que no alcanzo a comprender
en algunas vías catalanas ya sin peaje hasta el maltrato que recibimos por parte de varias compañías aéreas, algo lamentable que aceptamos de manera incomprensible.
La gente se larga porque todo el mundo lo hace: el vecino, el compañero de trabajo, el pariente. Si no te piras, pareces idiota. Pero quedarse es un gran placer, sobre todo cuando se comprueba que los que han huido no siempre regresan ni descansados ni satisfechos; a menudo se quejan de las condiciones del viaje, de la comida, de los alojamientos, y de coincidir con tantos que (¡gloriosa contradicción!) han tenido la misma idea que ellos. “Qué fastidio, encontrar tantos catalanes en Roma el pasado fin de semana”, se queja una amiga que es especialista en viajar inevitablemente allí donde está cantado que habrá multitudes. Después, están aquellos que, a pesar de ser culos de mal asiento, acaban siempre su relato turístico con esta frase: “Como en casa no se está en ningún sitio”.
No diré ahora eso que da tanta rabia: “En vez del turismo, deberíamos intentar la aventura del viaje y bla, bla, bla”. El mundo actual ha hecho casi imposible lo que hemos mitificado como “el viaje”, incluso los viajes interiores, asequibles hoy gracias a cualquier aplicación que ofrezca meditaciones new age.
Soy partidario, con Xavier de Maistre, de hacer turismo alrededor de mi habitación (también valdría la cocina o el balcón), que es muy cómodo y ahorra el trato con las masas humanas en desplazamiento. Y, al precio que se han puesto los combustibles, es una opción muy atractiva.c