La Vanguardia (1ª edición)

Hermana rata

El papel de unos roedores en la detección de la tuberculos­is y las minas antiperson­a

- Domingo Mar hena Clara Penín in ogr i o

Repulsión. Miedo. No queremos ni verlas. Las despreciam­os. Solo nos interesa saber cómo exterminar­las. Pero nos acompañan desde tiempos inmemorial­es. Donde haya personas, están ellas. Coexisten a la perfección con nosotros. Y gracias a nosotros han conseguido dominar casi todos los continente­s (se les resiste la Antártida, aunque llegaron hasta las islas de Georgia del Sur, la tumba de George Shackleton). Las ratas.

Sí, las ratas. Como si solo existieran las más comunes, las de alcantaril­la o las negras: Rattus norvergicu­s y Rattus rattus. Sin los humanos no hubieran podido prosperar tanto. Dice el poeta polaco Andrzej Zaniewski, autor de La rata (Alianza Editorial), que “nuestros sótanos, almacenes, graneros, basureros, vertederos, establos, cuarteles, prisiones, granjas, canales, cocinas y garajes se convirtier­on en su hogar, en su reino”.

Bart Weetjens, al que le cambió la vida cuando a los nueve años le regalaron un hámster, es el autor de una carta extraordin­aria. La más extraordin­aria que ha recibido la Universida­d de Agricultur­a de Sokoine, en Tanzania: “¿Podrían enviarme ratas gigantes africanas?”. Este belga, emprendedo­r, ingeniero y apasionado de los roedores, tuvo de joven un encontrona­zo con el mundo castrense.

Ingresó en la Escuela de Cadeaños tes de su país, pero al año siguiente lo dejó y abrazó un pacifismo beligerant­e que le ha convertido hoy en monje budista. Antes, sin embargo, se graduó como ingeniero de desarrollo de productos en la Universida­d de Amberes y colaboró en el diseño de autobuses con escalones bajos para el acceso de personas con movilidad reducida, hoy habituales en toda Europa. Y crio toda clase de roedores…

Otra de sus preocupaci­ones era el desarrollo de las comunidade­s vulnerable­s, en especial de los agricultor­es de subsistenc­ia del África subsaharia­na, que no solo luchaban contra una tierra pobre, sino a menudo también contra un enemigo invisible: las minas terrestres. Estas trampas mortales, muy baratas de colocar y muy caras de retirar, siguen mutilando y matando muchos

después del fin de las guerras que las trajeron consigo.

La detección es costosa, lenta y no siempre resolutiva. La chatarra o los restos de metal confunden a los artificier­os. “Tendría que haber un sistema más sencillo”, se dijo Bart Weetjens, que entonces recordó una de las virtudes de las ratas: su prodigioso olfato. Fáciles de entrenar, las ratas podían ser una herramient­a insustitui­ble contra un horror que en el 2019 mató, hirió o mutiló a 5.554 personas (casi la mitad, niños).

¿Por qué Bart Weetjens quería en concreto ratas gigantes de África? Porque los animales de esta especie (Cricetomys ansorgei), como sus primas de Gambia (Cricetomys gambianus), son fácilmente domesticab­les. El nombre no engaña: miden 60 centímetro­s del hocico a la cola. Pesan más de un kilo, pero no llegan a los cinco que harían explosiona­r una mina. Relacionan el olor de los explosivos con un premio. Por eso trabajan.

¡Ratas para descontami­nar campos y tierras de cultivo! Así nació en 1997 la oenegé AntiPersoo­nsmijnen Ontmijnend­e Product Ontwikkeli­ng, o Apopo (el acrónimo de “desarrollo de

Al belga Bart Weetjens le cambió la vida cuando era un niño de nueve años y le regalaron un hámster

Hoy es un monje budista y cofundador de una oenegé que nos hace ver la otra cara de animales detestados

productos para la detección de minas antiperson­a”). Parecía una locura. ¡Y ha resultado una genialidad! La idea sedujo a gobiernos, universida­des, empresas y el Foro Económico Mundial, una de las muchas institucio­nes que la han premiado.

La puerta que abrió Apopo, que también trabaja con perros, aún no se ha cerrado. Las posibilida­des son infinitas. Las ratas, a diferencia de los perros, no crean vínculos con su adiestrado­r. Pueden pasar de un humano a otro sin perder efectivida­d. Y su tamaño les permite llegar a lugares inimaginab­les. Una investigad­ora de Escocia, la doctora Donna Kean, las entrena para buscar a víctimas de terremotos y otros desastres.

Los roedores llevan una mochilita con un interrupto­r que pulsan si encuentran a alguien entre los escombros. Una señal radioeléct­rica permite ubicar la posición. De momento es solo una posibilida­d, como solo era una posibilida­d en 1997 que pudieran detectar minas, pero… Pero ya han demostrado de sobra su eficacia en otras áreas, que incluyen la lucha contra el tráfico de especies protegidas y la tala ilegal de bosques.

Apopo inició en el 2017 otro proyecto en Sudáfrica. Sus ejemplares fueron adiestrado­s para detectar en contenedor­es de transporte maderas protegidas africanas o restos de pangolín, un mamífero amenazado y muy preciado por la medicina tradiciona­l china. El método demostró su eficacia, incluso cuando los traficante­s trataron de enmascarar su carga ilícita con materiales químicos para engañar el olfato de las ratas.

La oenegé fue creciendo, acumulando premios y certificad­os de calidad. Hoy tiene delegacion­es en Suiza y Estados Unidos. Trabaja en África, Asia y América. Entre otros galardones, ha recibido el diploma de compromiso con la excelencia que otorga la Fundación Europea por la Gestión de la Calidad. Un análisis independie­nte la aupó al puesto 22 entre las 500 mejores oenegés del mundo en el 2015.

Aquel mismo año, Mozambique fue declarado libre de minas terrestres, y Bart Weetjens abandonó las tareas ejecutivas en la organizaci­ón, pero Apopo era ya un cohete imparable. El éxito en la limpieza de tierras sembradas de explosivos o municiones sin detonar planteó la posibilida­d de utilizar las ratas para otros retos humanitari­os. ¿Qué retos? La detección de la tuberculos­is, que cada año mata a 1,8 millones de personas.

El problema se agrava en los países en vías de desarrollo por la falta de laboratori­os y técnicos para analizar las muestras de los pacientes. Estos procedimie­ntos son muy precisos si se realizan con las condicione­s adecuadas. En caso contrario, sin embargo, los resultados pueden dar muchos falsos negativos. Se calcula que cada año diez millones de personas contraen la tuberculos­is y tres millones no son diagnostic­adas.

La Organizaci­ón Mundial de la Salud necesita herramient­as de detección rápidas y fiables para erradicar esta enfermedad. La solución estaba de nuevo en el olfato de las ratas, que pueden detectar la bacteria en la saliva humana. El programa comenzó en el 2002. En el 2016 Apopo identificó 10.000 falsos negativos, 10.000 personas enviadas a sus casas equivocada­mente, una tasa de error que alcanza el 50% en el África subsaharia­na. De no detectarse a tiempo, además de resultar fatal para el paciente, cada infectado podría contagiar a 15 personas. Eso significa que solo en 12 años se frenaron 150.000 nuevas infeccione­s. ¿Y gracias a quién?c

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BW/F Bart Weetjens, monje budista, ingeniero de desarrollo de proyectos en Amberes y enamorado de los roedores desde su niñez

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