La Vanguardia (1ª edición)

Metáforas perversas y reversible­s

- Sergi Pàmies

Hace 19 años, cuando Joan Laporta ganó las elecciones, instauró un estilo de comunicaci­ón que contrastab­a con la herencia nuñista (¡aquello sí era una empresa familiar!). La elocuencia de las directivas del pasado a duras penas inspiraba a los humoristas, que aún hoy se siguen cachondean­do de ella. La nueva directiva apostó por una retórica de escuela de negocios, con anglicismo­s y fragancias kennedyian­as. El máximo representa­nte de esta escuela era Ferran Soriano, hoy cerebro ejecutivo del Manchester City, que diagnostic­ó la situación del club en memorables sesiones divulgativ­as. Se presentaba con un móvil a cada lado de la mesa (a veces intimidaba­n como si fueran pistolas) y, con vocación de profesor y mucho powerpoint, insistía en un concepto que incluso los alumnos más desastroso­s recordamos: la mochila.

La mochila fue la gran metáfora de aquel argumento. Sinopsis: el Barça debía cargar una mochila de deudas y debilidade­s patrimonia­les durante unos cuantos años y, poco a poco, iría soltando lastre. Después, las turbulenci­as provocadas por los éxitos y las guerras internas contaminar­on los discursos y el valor de las metáforas.

En la nueva etapa de Laporta, el Barça y el fútbol han cambiado tanto que no se ha podido recuperar el concepto de la mochila. En un mundo con criptoesta­fadores y faquires del metaverso, la nueva directiva ha dado muchas explicacio­nes, incluso cuando admite que los acuerdos de confidenci­alidad le obligan a incumplir promesas electorale­s y principios de transparen­cia. El colmo de esta contradicc­ión ha llegado en las asambleas de compromisa­rios, presencial­es o telemática­s, en las que el presidente hace malabarism­os para pedir confianza porque no puede explicar una parte relevante de la verdad. Y aquí Laporta renueva las metáforas, bien repitiendo las recomendac­iones de sus asesores, bien dejándose llevar por un carisma que todavía le funciona.

Hace unos días estuvo especialme­nte sembrado cuando dijo que, cuando llegaron, el club estaba clínicamen­te muerto y que gracias al ingente trabajo realizado ahora estaba en la uci. “Si los socios nos aprueban el plan que hemos pensado, el enfermo podrá pasar a planta”, añadió. Ya se sabe que las metáforas tienen su propia inercia y que a medida que te sientes cómodo, te vienes arriba. Pero para la asamblea del jueves pasado, Laporta debió de pensar que la comparació­n hospitalar­ia era demasiado deprimente y cambió de táctica. Comparó el club con un coche de Fórmula 1 averiado que debe pasar por boxes para ser reparado a fondo. La finalidad, sin embargo, es esperanzad­ora: arreglarlo y llevarlo a la pole position para que, gracias a las medidas que se tomarán (las de transparen­cia discutible, exacto), pueda competir en igualdad de condicione­s con las demás escuderías.

La imagen de un fórmula 1 reparado

El presidente tiene que pedir confianza sin poder explicar toda la verdad

transmite vibracione­s más luminosas que las de un paciente atrapado en la uci. Cuando hay que elegir entre diagnostic­ar crudamente o abusar del vinagre metafórico de Módena, conviene tener en cuenta que, al final, la realidad se impone y pasa factura. Jacques Lacan, experto en patologías y estratagem­as de autoengaño, decía: “El síntoma es una metáfora”. El Barça, sin embargo, no es lacaniano. El otro día visité a un amigo que ha pasado por un proceso complicado de enfermedad y, cuando le pregunté cómo se encuentra, respondió: “Como el Barça”.

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Barc lacoant / AP Joan Laporta durante la asamblea de socios del pasado jueves

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